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Ciudad Acuña, Coahuila, México | 22 de Diciembre del 2024

Zora Neale Hurston: Figura legendaria de la literatura

singular combinación de talento, determinación y encanto

(Por Valerie Boyd) Zora Neale Hurston sabía cómo presentarse. Durante una cena ofrecida en ocasión de la presentación de premios literarios, en 1925, la mundana escritora recién llegada a Harlem hizo que los presentes volvieran la cabeza y arquearan las cejas cuando aceptó cuatro premios: un segundo lugar en la categoría de ficción por su cuento Spunk, un segundo lugar en la categoría drama por su pieza teatral Color Struck, y dos menciones honoríficas. Los nombres de los escritores que superaron a Hurston, ganando el primer premio esa noche, serían muy pronto olvidados. Pero el nombre de la ganadora del segundo lugar fue repetido durante toda la noche, y los días y años venideros.

Según se dice, Hurston podía entrar en una sala llena de extraños y, algunos minutos y un par de relatos más tarde, hacer que quedaran completamente encantados, hasta el punto en que muchos le ofrecieran ayudarla de cualquier forma que les fuera posible. Hurston poseía un intelecto fogoso, un sentido de humor contagioso, y el don, según dijera un amigo, “de llegarle a uno al corazón”.

Su singular combinación de talento, determinación y encanto la llevaron a convertirse en una luminaria en el renacimiento de Harlem y una de las escritoras más exitosas y significativas de la primera mitad del siglo veinte. En el curso de una carrera que abarcó más de treinta años, Hurston publicó cuatro novelas, dos libros sobre folklore, una autobiografía, numerosos cuentos y varios ensayos, artículos y piezas teatrales.

Nacida el 7 de enero de 1891 en Notasulga, Alabama, Hurston se mudó con su familia a Eatonville, Florida, cuando era todavía pequeña. En Eatonville, Zora vio en todas partes señales de éxito entre los negros. En el ayuntamiento, hombres negros, incluso su padre, John Hurston, formularon las leyes que gobernaban a Eatonville. En las dos iglesias del pueblo, mujeres negras, entre ellas su madre, Lucy, dirigían el programa de la escuela dominical. En el porche del almacén del pueblo los hombres y las mujeres relataban cuentos coloridos, interesantes.

Al criarse en una casa grande en dos hectáreas de terreno en esta comunidad culturalmente positiva, Zora disfrutó de una niñez relativamente feliz, a pesar de los frecuentes enfrentamientos con su padre pastor, el que en ocasiones – según ella – trató de “sosegar” su espíritu bullicioso. En cambio, su madre instaba a que la joven Zora y sus siete hermanos y hermanas “saltaran al sol”, empleando la lengua vernácula afroestadounidense común en Eatonville. “Tal vez no aterrizaríamos en el sol”, explicó Hurston, “pero por lo menos levantaríamos vuelo”.

Pero los primeros idílicos años de Hurston terminaron abruptamente cuando su madre falleció en 1904. Después del fallecimiento de Lucy Hurston, el padre de Zora volvió a casarse rápidamente y parecía tener poco tiempo y dinero para su hijos. Finalmente, después de una pelea a puñetazos con su joven madrastra, su padre la mandó a vivir con varios parientes y a que encontrara su propio camino hacia su edad adulta. “Descalza y en los huesos en cuanto a confort y cariño”, fue como Zora describió esos años difíciles. Durante su adolescencia trabajó en una serie de ocupaciones de ínfima importancia mientras se esforzaba por completar su educación. Durante casi una década, Zora desapareció de la vista pública. Cuando reapareció, en 1917, tenía veintiséis años de edad y vivía en Baltimore – pero carecía todavía de un diploma de educación secundaria. Disfrazándose de adolescente para calificar para una educación pública gratuita, Zora se inscribió como nacida en 1901 – lo que la hizo una década más joven de lo que realmente era. De allí en adelante, siempre se presentaba como por lo menos diez años más joven que su verdadera edad. Afortunadamente, Hurston tenía la apariencia que le permitía hacerlo. Las fotografías muestran una mujer apuesta, grande, con ojos alegres pero penetrantes, de pómulos levantados y una boca llena, elegante, siempre expresiva.

Después de completar finalmente la escuela secundaria, Hurston procedió a obtener su bachillerato en el prestigioso Barnard College y después, su doctorado en filosofía en la Universidad de Columbia bajo el mundialmente renombrado antropólogo, Franz Boas. Más tarde, Hurston ganó la codiciada beca de investigación Guggenheim para estudiar comunidades indígenas en Jamaica y Haití.

Hacia 1935, Hurston estaba firmemente asentada en la escena literaria estadounidense. Había publicado varios cuentos y artículos, una colección bien recibida sobre el folklore negro del sur (Mules and Men), y una novela, Jonah’s Gourd Vine, la que el New York Times calificó de “sin temor de exageración la novela más vital y original acerca del negro estadounidense que jamás se haya escrito”. Los últimos de los años treinta y primeros de los cuarenta fueron el apogeo de la carrera de Hurston. Su obra maestra, una novela titulada Their Eyes Were Watching God, hoy es lectura requerida en escuelas secundarias y colegios en todo Estados Unidos.

“No existe para mí ningún libro más importante que éste”, dijo la novelista Alice Walker, refiriéndose a la novela Their Eyes Were Watching God. Oprah Winfrey, la célebre figura de la televisión, calificó la novela como su favorita “historia de amor de todos los tiempos”. En efecto, la historia influyó tanto a Winfrey que en 2005 produjo una adaptación televisada de la misma, con Halle Berry, ganadora del Premio de la Academia, en el papel principal. Se estima que un público televidente de 24,6 millones de estadounidenses vio la película, lo que afianzó aún más la novela de Hurston en la conciencia pública y en el catálogo literario estadounidense.

Hoy se considera generalmente que Their Eyes Were Watching God es una obra maestra. Pero cuando la novela fue publicada por primera vez en 1937, Richard Wright, un autor contemporáneo de Hurston, no estuvo impresionado con el libro: “El alcance sensorial de su novela carece de tema, mensaje, pensamiento”, escribió. Sin embargo, el libro mereció críticas mayormente positivas. Varios periódicos contemporáneos publicaron artículos sobre Hurston y Edna St. Vincent Millay, poetiza laureada con el Premio Pulitzer, envió a Hurston un telegrama felicitándola por su éxito. “Dios ama a la gente negra, no es verdad?” bromeó Hurston con una amiga, regocijándose por los elogios con que la novela fue acogida, a pesar del persistente racismo que existía entonces en una gran parte de Estados Unidos. “O es que solamente estoy en libertad condicional?”

Aún así, Hurston nunca recibió las recompensas financieras que merecía por sus obras. (El anticipo mayor que jamás recibiera de una firma editora por cualquiera de sus libros fueron quinientos dólares, mientras que sus homólogos blancos recibían regularmente anticipos de 5.000 dólares). Por consiguiente, cuando Hurston falleció de apoplejía en 1960, a los 69 años de edad, sus vecinos en Fort Pierce, Florida, tuvieron que pedir donaciones para pagar por su funeral. Las donaciones no alcanzaron para pagar por una lápida, de manera que Hurston fue enterrada en una tumba que permaneció sin marcar por más de una década.

Irónicamente, ya en 1945, Hurston había previsto la posibilidad de fallecer sin dinero. En ese entonces, había propuesto una solución que la hubiera beneficiado a ella y a innumerables otros. En una carta a W.E.B. Du Bois, a quien Hurston consideraba el decano de los artistas afroestadounidenses, propuso un “cementerio para negros ilustres” en un terreno de 40,4 hectáreas en Florida. “Que ningún negro célebre, cualquiera que sea su condición financiera al morir, yazga en un olvido desapercibido”, instó Hurston a Du Bois. “Debemos asumir la responsabilidad de que sus tumbas se conozcan y sean honradas”. Pero Du Bois, alegando complicaciones prácticas, le respondió con una nota brusca desalentándola de su propuesta.

Como impulsada por la clarividencia de Hurston, en el verano de 1973, Alice Walker, una joven escritora, viajó a Fort Pierce para colocar una lápida sobre la tumba de Hurston en conmemoración de la autora que la había inspirado en su propio talento latente. El Jardín del Descanso Celestial, donde Hurston fuera enterrada, era un cementerio segregado, descuidado, al final de la calle 17 Norte. Walker se armó de coraje para entrar en el terreno infestado de víboras y buscar el lugar en que yacía su heroína literaria. Caminando a través de malezas que le llegaban hasta la cintura, Walker se topó con un rectángulo de tierra hundida al que identificó como la tumba de Hurston. Imposibilitada de permitirse la majestuosa lápida negra llamada “Ebony Mist” que creyó que honraría más al legado ilustre de Hurston, Walker compró en cambio una lápida gris común. Usando parte de un poema de Jean Toomer, Walker hizo grabar en la humilde lápida un epitafio apropiado: “Zora Neale Hurston: Un genio del Sur”.

(Valerie Boyd es la autora de de la premiada biografía Wrapped in Rainbows: The Life of Zora Neale Hurston. Enseña periodismo y redacción narrativa no ficción en la Universidad de Georgia.)

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