“Suave patria” de Ramón López Velarde
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PROEMIO Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo, para cortar a la epopeya un gajo.
Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo Chuan
que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
PRIMERO ACTO
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
Y los veneros de petróleo el diablo.
Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los fuegos de artificio?
Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco, sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.
Cuando nacemos, nos regalas notas;
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueban de ti
la picadura del ajonjolí.
¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas;
oigo lo que se fue, lo que aún no toco,
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
¡oh, trueno!, la ruleta de mi vida.
INTERMEDIO
(Cuauhtémoc)
Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.
Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de ceniza de tus plantas.
No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio;
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente, de moneda.
Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.
SEGUNDO ACTO
Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.
Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.
Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de miagros, como la lotería.
Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.
Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.
Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañon, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.
Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti, el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.
Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja:
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.
Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.
Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el ave
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carreta alegórica de paja.
(De El son del corazón) – 1932
Ramón López Velarde
Nombre completo Ramón Modesto López Velarde Berumen
Nacimiento 15 de junio de 1888
Jerez de García Salinas, Zacatecas, México
Defunción 19 de junio de 1921
(33 años)
Ciudad de México, México
Seudónimo Ramón López Velarde
Ocupación Poeta
Nacionalidad Mexicana
Movimientos Postmodernismo literario
Ramón Modesto López Velarde Berumen (Jerez de García Salinas, Zacatecas, México, 15 de junio de 1888- Ciudad de México, 19 de junio de 1921) fue un poeta mexicano. Su obra suele encuadrarse en el postmodernismo literario. En México alcanzó una gran fama, llegando a ser considerado el poeta nacional.
Nació en Jerez de García Salinas, municipio del estado de Zacatecas, primero de los nueve hijos del abogado José Guadalupe López Velarde, originario de Jalisco, y Trinidad Berumen Llamas, de una familia de terratenientes locales. El padre, tras ejercer sin fortuna como abogado, había fundado un colegio católico en Jerez. En 1900, Ramón fue enviado al Seminario de Zacatecas, donde permaneció dos años; más tarde, debido a la mudanza de su familia, se trasladó al Seminario de Aguascalientes. En 1905 eligió abandonar el Seminario y su posible futuro como sacerdote, optando por la carrera de Leyes.
Durante los años del seminario, López Velarde pasó sus vacaciones en Jerez. Durante su juventud Ramón fue enviado a una escuela de mujeres por sus padres, el cual este estuvo muy molesto con ellos, aunque después de unos años estuvo muy agradecido, pues aprendió a tratar a las mujeres. En esta época conoció a Josefa de los Ríos , pariente lejana y ocho años mayor que él, quien le causó una honda impresión. El primer poema que se conoce de López Velarde, fechado en 1905, parece estar inspirado en ella, a la que luego dará en su obra el nombre de “Fuensanta”.
En 1906 colaboró en la revista Bohemio, publicada en Aguascalientes por unos amigos suyos, con el seudónimo de “Ricardo Wencer Olivares”. El grupo de Bohemio tomó partido por Manuel Caballero, católico integrista enemigo del modernismo literario, con ocasión de la polémica que produjo la reaparición de la Revista Azul en 1907. Sus intervenciones, sin embargo, tuvieron escaso eco en la vida literaria mexicana.
En enero de 1908 López Velarde comenzó sus estudios de Leyes en la Universidad de San Luis Potosí. Poco después murió su padre, dejando a la familia, que regresó a Jerez, en una difícil situación económica. El autor pudo continuar sus estudios gracias al apoyo de sus tíos maternos. López Velarde continuó colaborando con diferentes publicaciones de Aguascalientes (El Observador, El Debate, Nosotros) y luego de Guadalajara (El Regional, Pluma y Lápiz). La revista Bohemio había dejado de existir en 1907.
En San Luis Potosí leyó a los poetas modernistas, especialmente a Amado Nervo y al español Andrés González Blanco, cambiando radicalmente sus opiniones en manera de estética. A partir de este momento se convierte en defensor ferviente del modernismo, y en 1910 preparó para su edición un manuscrito, que no llegó a publicarse, que será el germen de su futuro libro La sangre devota.
Los años de la Revolución
Apoyó abiertamente las exigencias de reformas políticas de Francisco I. Madero, a quien conoció personalmente en 1910. En 1911 obtuvo el título de abogado y tomó posesión como juez de primera instancia en un pequeño pueblo del estado de San Luis, llamado Venado. Sin embargo, dejó su cargo a finales de año y viajó a Ciudad de México, pensando que Madero, nuevo presidente de la República, le daría algún puesto de confianza, pero no ocurrió así, quizá a causa del catolicismo militante de López Velarde.
En 1912, Eduardo J. Correa, antiguo protector suyo, lo llamó para colaborar en el diario católico de Ciudad de México La Nación. Para la mencionada publicación, Velarde escribió poemas, reseñas y muchos artículos políticos sobre la nueva situación de México. En ellos atacó, entre otros, a Emiliano Zapata. Abandonó el periódico poco antes de la sublevación del 9 de febrero de 1913 en Ciudad de México, que llevaría al poder a Victoriano Huerta, y procuró alejarse de los desórdenes trasladándose de nuevo a San Luis Potosí, donde puso un bufete. Allí comenzó a cortejar a María de Nevares, a quien seguiría pretendiendo durante toda la vida, aunque nunca llegaron a contraer matrimonio.
A principios de 1914 se instaló definitivamente en Ciudad de México. A mediados de 1915 se impone en México el liderazgo de Venustiano Carranza y comienza una época de relativa tranquilidad. La poesía mexicana de la época estaba dominada por el postmodernista Enrique González Martínez, escasamente apreciado por López Velarde, como se evidencia en una reseña que publicó por esos años. En cambio, se siente mucho más afín a José Juan Tablada, con quien mantuvo una cordial amistad. En estos años se interesa también mucho por la obra del argentino Leopoldo Lugones, quien tuvo una decisiva influencia en su obra.
[editar] Una poética personal
Es a partir de 1915 cuando López Velarde comienza a escribir sus poemas más personales, marcados por la añoranza de su Jerez natal (al que ya nunca regresaría) y de su primer amor, “Fuensanta”.
En 1916 publica su primer libro, La sangre devota, que dedica a “los espíritus” de los poetas mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera y Manuel José Othón. El libro recibió una buena acogida en los medios literarios mexicanos. En La sangre devota está muy presente incluso en el título la liturgia católica, asociada por el autor al mundo idealizado de su infancia provinciana y única esperanza de refugio para su atribulada vida ciudadana. El poema “Viaje al terruño” es, en el fondo, una ensoñación sobre el regreso a la infancia. Sin embargo, esta nostalgia del pasado no está exenta de un cierto distanciamiento irónico, como cuando en el poema “Tenías un rebozo de seda…” se recuerda a sí mismo como un “[…] seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”. Una de las piezas del libro que mayor interés han concitado es “Mi prima Águeda”, donde también está muy presente la ironía.
En 1917 muere Josefa de los Ríos, “Fuensanta”, su amor de juventud. Por entonces López Velarde comienza a preparar su próximo poemario, Zozobra, que habrá de aguardar todavía dos años hasta ser publicado. Entre marzo y julio de 1917 colabora en la revista Pegaso, junto con González Martínez y, a pesar de recibir algunos ataques por su interés por el mundo de la provincia y su catolicismo, su prestigio literario comienza a consolidarse.
Zozobra
Sepulcro de Ramón López Velarde en la Rotonda de las Personas Ilustres (México).
En 1919 publica Zozobra, su segundo libro, considerado por gran parte de la crítica como su mejor obra. En él la ironía es ya el tropo dominante, y, junto a los poemas referidos a la provincia, aparecen también otros fruto de su experiencia en la capital. Es evidente la influencia de Leopoldo Lugones en cuanto a la voluntad de evitar los lugares comunes, la utilización de un vocabulario hasta entonces considerado antipoético, la adjetivación insólita, las metáforas inesperadas, los juegos de palabras, la predilección por los vocablos esdrújulos y el uso humorístico de la rima. En este sentido, su obra se asemeja también a la del uruguayo Julio Herrera y Reissig. Consta de un total de cuarenta poemas que configuran un cierto recorrido circular, ya que el libro se abre con “Hoy como nunca”, despedida a Fuensanta y a Jerez, y se cierra con “Humildemente”, que marca una especie de retorno simbólico a sus orígenes. Zozobra fue criticado duramente por González Martínez.
En 1920 la sublevación del general Álvaro Obregón supone el final del gobierno de Carranza, que para Velarde había sido un período de estabilidad y de gran desarrollo creativo. Sin embargo, tras los primeros momentos de desconcierto, es nombrado ministro de Educación José Vasconcelos, decidido a lograr una renovación cultural del país. López Velarde publica artículos en dos revistas promovidas por Vasconcelos, México Moderno y El Maestro. En este último apareció un breve ensayo muy significativo de Velarde, “Novedad de la Patria”, donde expone las ideas que desarrollará en su poema más famoso, y que le valió ser considerado poeta nacional de México, La suave patria.
Murió el 19 de junio de 1921, poco después de cumplir los treinta y tres años. La causa oficial de su muerte, según el certificado de defunción, fue una bronconeumonía, aunque se ha especulado sobre si fue la sífilis la enfermedad que realmente lo llevó a la tumba. Dejó un libro inédito, El son del corazón, que no se publicaría hasta 1932. Un libro de prosa, El minutero, sería también editado por sus deudos póstumamente, en 1923. El 15 de junio de 1963 sus restos mortales fueron exhumados y trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México.
Repercusión de su obra
A su muerte, a instancias de José Vasconcelos Calderón , se le tributaron honores como poeta nacional, y su obra -sobre todo el poema “Suave Patria”-en el que dice “la patria es como una mujer. Se exaltó como expresión suprema de la nueva mexicanidad nacida de la Revolución. La apropiación oficial no excluyó otras lecturas de su obra: los poetas del grupo Los Contemporáneos vieron en él, junto a Tablada, el comienzo de la poesía mexicana moderna. En particular, Xavier Villaurrutia destacó la centralidad de López Velarde en la historia de la poesía mexicana, y lo comparó con el francés Charles Baudelaire.
El estudio más completo sobre su figura lo realizó el norteamericano Allen W. Phillips en 1961, dando pie a un iluminador estudio de Octavio Paz, incluido en su libro Cuadrivio (1963), en el que hace hincapié en la modernidad del poeta jerezano, al que relaciona con autores como Jules Laforgue, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig.
Otros críticos, como Gabriel Zaid, centraron su análisis en el catolicismo de López Velarde y en sus años de formación. En 1989, con motivo del centenario de su nacimiento, el escritor mexicano Guillermo Sheridan escribió una biografía del poeta, titulada Un corazón adicto: la vida de Ramón López Velarde, quizá la más completa hasta la fecha.
Su obra, como la de José Juan Tablada, marca el momento de transición entre el modernismo y la vanguardia. La eclosión de los ismos en el ámbito hispánico se anuncia ya en su novedoso tratamiento del lenguaje poético y, al mismo tiempo, la dualidad que preside su obra (el contraste entre las tradiciones del campo y la turbulencia de la ciudad, y su propio forcejeo angustiado entre las inclinaciones ascéticas y sensualidad pagana) tiene un claro carácter romántico-modernista. Actualmente en la Ciudad de México se encuentra el museo Casa del Poeta Ramón López Velarde en el cual fue su morada durante los últimos 3 años de su vida. Fuera de México, a pesar de su importancia, es un poeta escasamente conocido.
Obras de Ramón López Velarde:
Poesía 1916 – La sangre devota 1919 – Zozobra 1912 – El son del corazón 1921 – Suave Patria1Prosa
1923 – El minutero 1952 – El don de febrero y otras prosas 1991 – Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juvenilesEtiquetas: Jerez, López Velarde, Suave Patria, Zacatecas