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Ciudad Acuña, Coahuila, México | 24 de Noviembre del 2024

Mark Twain: Novelista, humorista y ciudadano del mundo

Conmemoración del centenario de la muerte del gran escritor

Shelley Fisher Fishkin, catedrática de Literatura Inglesa y directora de Estudios Americanos en la Universidad de Stanford, es autora o editora de muchas obras sobre Mark Twain, entre ellas Was Huck Black? Mark Twain and African-American Voices (¿Era negro Huck? Mark Twain y las voces afroamericanas), Lighting Out for the Territory; la obra de 29 tomos The Oxford Mark Twain y en fechas más recientes, Mark Twain’s Book of Animals (El libro de Mark Twain sobre los animales) y The Mark Twain Anthology: Great Writers on His Life and Works (Antología de Mark Twain: grandes escritores opinan sobre su vida y obra).

Por Shelley Fisher Fishkin

William Faulkner dijo que Mark Twain fue “el primer escritor verdaderamente estadounidense”; Eugene O’Neill dijo de él que era “el verdadero padre de la literatura de Estados Unidos”. Charles Darwin siempre tuvo en el velador de su cama una copia de Los inocentes en el extranjero para leerlo cuando necesitaba distraer la mente y descansar a la hora de dormir. Toda una época debe su nombre a la obra La edad dorada. Joseph Conrad a menudo pensó en La vida en el Mississippi cuando manejaba un barco en el Congo. A Friedrich Nietzsche le encantó Tom Sawyer. Lu Xun sintió un trance tan fuerte cuando leyó El diario de Eva que lo tradujo al chino. Ernest Hemingway aseveró que “toda la literatura moderna de Estados Unidos surge de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn”, mientras que su colega también ganador del Nobel Kenzaburo Oe dijo que Huck fue el libro que con tanto fuerza reflejó su situación en un Japón destruido por la guerra que le inspiró a escribir su primera novela. El presidente Franklin Delano Roosevelt tomó la frase “New Deal” (Nuevo acuerdo) de Un yanqui en la corte del Rey Arturo, obra que impulsó a Isaac Asimov, un gigante de la ciencia ficción, a atribuir a Twain (junto con Julio Verne) de haber inventado viajar en el tiempo. Cuando José Martí leyó Yanqui, se sintió tan conmovido por la descripción que hace Twain “de la vileza de aquellos que trepan sobre sus congéneres, para alimentarse de su miseria y beber de sus desgracias” que quiso “partir de inmediato a Hartford [Connecticut] para darle la mano”.
Twain es considerado el Cervantes estadounidense, es nuestro Homero, nuestro Tolstoy, nuestro Shakespeare, nuestro Rabelais. Desde la desenfadada jerga y humor seco que caracterizan sus primeros escritos cómicos, hasta los inconfundibles personajes estadounidenses que habitan su ficción, las obras de Twain presentaron a los lectores de todo el mundo a personajes estadounidense que hablaban en cadencias típicamente estadounidenses. Su obra Las aventuras de Huckleberry Finn es considerada la Declaración de la Independencia de la literatura estadounidense, un libro que ningún inglés habría podido escribir, un libro que amplió las posibilidades democráticas de lo que una novela moderna podía hacer y llegar a ser.

Twain contribuyó a definir los ritmos de nuestra prosa y los contornos de nuestro mapa moral. Vio lo mejor y lo peor de nosotros, nuestras promesas extravagantes y nuestros asombrosos fracasos, nuestras debilidades cómicas y nuestras imperfecciones trágicas. Entendía mejor que nosotros los sueños y las aspiraciones estadounidenses, nuestro potencial para la grandeza y nuestro potencial para el desastre. Su ficción ilumina brillantemente el mundo en que vivió y el mundo que heredamos, cambiándolo, y con ello a nosotros, en el proceso. Sabía que con frecuencia nuestros pies bailaban a un ritmo que, de algún modo, estaba lejos de nuestra capacidad de escuchar, y con un tono perfecto él lo volvía a reproducir para que lo escucháramos.

Su inequívoco sentido para elegir la palabra correcta, y no un segundo primo, enseñó a la gente a prestar atención cuando hablaba, sea en persona o en impreso. (“La diferencia entre la palabra casi correcta y la palabra correcta es realmente un asunto de gran envergadura. Es la diferencia entre el relámpago y la luciérnaga”).

La ficción estrafalaria, ambiciosa y sumamente original, y sus obras de no ficción, trataban de los desafíos más perennes y espinosos y confusos que todavía enfrentamos hoy, como por ejemplo el desafío de dar sentido a un país fundado para la libertad por hombres que tenían esclavos; o el rompecabezas de nuestra constante fe en la tecnología sabiendo de su potencia destructiva; o el problema del imperialismo y las dificultades para librarse de él. Por supuesto sería difícil encontrar un tema actual que Twain no haya tocado alguna vez en su obra. ¿Lo genético contra el entorno? ¿Los derechos de los animales? ¿Los límites del género? ¿El lugar que ocupan las voces de los negros en el patrimonio cultural de Estados Unidos? Twain ya estuvo ahí. El escritor satírico Dick Gregory dijo una vez que Twain “estaba tan adelantado en su tiempo que no debería hablarse de él como de otra gente en el mismo día”.

Al comienzo de su carrera Twain fue elogiado como humorista con talento. Pero resulta que la superficie cómica ocultaba profundidades inesperadas. (“Si, tiene usted razón”, escribió Twain a un amigo el año 1902, “soy un moralista disfrazado”). Una y otra vez Twain desafío las expectativas de los lectores forjando narrativas inolvidables con materiales que antes no se habían abordados en la literatura. Como dijo una vez William Dean Howells: “Sale tranquilamente al elegante mundo de las letras y se pasea a lo largo de sendas pulcramente mantenidas, y se baja al pasto cuando quiere, a pesar de todos los dictámenes desde el comienzo de la literatura que advierten a la gente de los peligros y sanciones por la infracción más leve”.

Humano, sardónico, compasivo, impaciente, cómico, atroz, agudamente observador y complejo, Twain inspiró a los grandes escritores del siglo XX a convertirse en los escritores que fueron, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los escritores se maravillaban con el arte que Twain lograba sacar del habla de la gente común, habla cuya presencia anterior en la literatura fue a menudo ridiculizada. Jorge Luis Borges observó que, en Huckleberry Finn “por primera vez un escritor de Estados Unidos utiliza el idioma estadounidense sin aspavientos”. Twain enseñó a los escritores estadounidenses, desde Arthur Miller hasta David Bradley, Ralph Ellison, Ursula Le Guin, Toni Morrison y a muchos otros, importantes lecciones sobre el oficio de la ficción. También algunas figuras claves en las artes visuales se transformaron con la lectura de Mark Twain. Por ejemplo, el caricaturista Chuck Jones, que tuvo un papel importante en la creación de íconos de la cultura estadounidense como el Correcaminos, Wily E. Coyote y el Conejo Buggs Bunny, encuentra los antecedentes de estos personajes a su lectura de Roughing It (Vida difícil).

Nacido en 1835 en el pueblo de Florida (Misuri), Sam Clemens (que adoptaría el nombre de “Mark Twain” en 1863) pasó su infancia en el pueblo de Hannibal (Misuri). En 1847, cuando su padre falleció, Sam, que entonces tenía 12 años, terminó su educación escolar formal y entró a trabajar como aprendiz de imprenta en la oficina de un periódico local, para más tarde trabajar como peón impresor en Saint Louis, Nueva York, Filadelfia, Washington y otros lugares. Pasó dos años estudiando ríos y se hizo piloto para navegar lanchas en el río, pero su trayectoria profesional en el río terminó con la Guerra Civil estadounidense. Tras pasar dos semanas en una improvisada unidad de la Guardia Estatal de Misuri, que simpatizaba con la Confederación, se marchó al territorio de Nevada junto con su hermano para intentar hacerse rico con la minería de plata. Aunque fracasó como explorador minero, tuvo éxito como periodista. Saltó por primera vez a la fama nacional cuando su cuento “Jumping Frog” [“La rana saltarina del condado de Calaveras”] se publicó en 1865. Cortejó a Olivia Langdon, de Elmira (Nueva York), y en 1869 publicó Los inocentes en el extranjero, con gran acogida popular. Se casó, estableció su familia y comenzó a escribir los libros por los que se le conoce actualmente, mientras vivía en la mansión familiar que construyó en Hartford (Connecticut). Los problemas económicos lo obligaron a cerrar la mansión y trasladarse a Europa con su familia a principios de la década de 1890. Más tarde en esa década pudo salir de la bancarrota al iniciar una gira de conferencias que lo llevó a África y a Asia. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX condenó a su país, y a varias potencias europeas, por las aventuras imperialistas que había desatado por el mundo, y se convirtió en vicepresidente de la Liga Antiimperialista. Los galardones y honores que recibió en sus años finales (titulaciones honoríficas, celebraciones de su cumpleaños) no pudieron rellenar el vacío en su
corazón debido a la muerte de su esposa y dos de sus hijas. Twain murió en 1910.

En 1899, el diario London Times describió a Twain como “el embajador itinerante de Estados Unidos”. Había visto gran parte del mundo, más que cualquier otro escritor estadounidense importante que le precediera, y sus libros serían traducidos a más de 70 idiomas. Los caricaturistas lo convirtieron en un ícono mundial, como el “Tío Sam”. Twain fue uno de los primeros ciudadanos estadounidenses realmente cosmopolitas, que se sentía tan bien en el mundo como en su país natal.

“¿Cual es la ley más rigurosa de nuestro ser?”, preguntó Twain en un comentario que hizo el año en que se publicó Huckleberry Finn. ¿Su respuesta? “Crecer. Ni el más pequeño átomo de nuestra estructura moral, mental o física puede quedarse quieto ni un año. En otras palabras, nosotros cambiamos, y debemos cambiar constantemente, y seguir cambiando durante el tiempo que vivamos”. Este hijo de dueños de esclavos, Twain creció para escribir el libro que muchos consideran como la novela más anti-racista escrita por un estadounidense, que claramente surge de su propia experiencia. Molesto con su propio fracaso para cuestionar el injusto estancamiento durante su infancia en Hannibal, Twain se convirtió en un detractor convincente de la fácil aceptación de la gente a lo que él denominaba “la mentira de la aseveración silenciosa”, o sea, la “aseveración silenciosa de que nada está ocurriendo que hombres justos e inteligentes sepan y estén comprometidos en el deber de frenarlo”. La experiencia también le enseñó a no subestimar el poder transformador del humor. El escritor satírico más grande que ha producido Estados Unidos escribió que la “raza humana en su pobreza tiene un arma incuestionablemente eficaz: la risa. El poder, el dinero, la persuasión, la súplica, la persecución, todas pueden intentar levantar un disparate colosal, empujarlo, atosigarlo un poco, debilitarlo, siglo tras siglo, pero solo la risa puede hacerlo estallar en pedazos y ráfagas de átomos. No hay nada que se resista al ataque de la risa”.

(El Servicio Noticioso desde Washington es un producto de la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos. Sitio en la Web: http://www.america.gov/esp ) ************************************************************

Etiquetas: EEUU, Literatura, Mark Twain