Luis Buñuel, un perro calandés que alcanzó la inmortalidad: Salvador Dalí
• Este 29 de julio se cumple el 30 aniversario luctuoso del director de Un perro andaluz y Los olvidados, cuyo vínculo con México se mantuvo a lo largo de varias décadas
- 29 de Julio de 2013
- Por: Ramiro Gómez
• Era en esos ojos redondos donde se podía leer todo lo que él era, todo lo que deseaba, era un perfeccionista: Silvia Pinal • En Los olvidados Buñuel captó esa desesperanza del México que nadie quiere ver: Carlos Fuentes México,D.F. 29 de julio de 2013. “El cine es mi propia alma al espejo, por eso no cambio el final de Los olvidados, no lo cambio y no lo cambio”. Con esas palabras exclamadas durante una entrevista en Francia, Luis Buñuel dejó en claro que el arte de las luces y las sombras era para él algo más que un reflejo interior, era un Evangelio al que se acercaba como profeta, como un iluminado, como un pecador, pero nunca como un mercenario.
El director de cine, nacido un 22 de febrero en Calanda, España, falleció el 29 de julio de 1983, después de nacionalizarse como mexicano y habitar durante muchos años una casona en la colonia del Valle de la Ciudad de México.
A 30 años de su muerte, se recuerda al director que revolucionó la cinematografía universal con clásicos como Los olvidados, Un perro andaluz, Viridiana, Ensayo de un crimen, El ángel exterminador y Bella de día, entre muchos otros, influyendo en varias generaciones de cineastas, escritores, pintores, músicos, coreógrafos, dramaturgos y poetas.
En torno a Luis Buñuel se cuentan muchas leyendas y anécdotas, como aquella que asegura que solía tener un encargado especial en el set para traerle arenques frescos en aceite, pues los consideraba indispensables al filmar, o cuando a mediados de los años cuarenta, mientras trabajaba como director de doblajes en Hollywood, solía cambiar por su propio gusto las líneas de los diálogos para “que los sajones parecieran simpáticos”.
Los expertos afirman que lo buñuelesco es tan escurridizo que cuando se quiere definir o atrapar, conduce a menudo a las más imprevisibles respuestas, de ahí que en su intento por etiquetarlo muchos utilizarán durante años el título de una de sus cintas más famosas Un perro andaluz, para apodar al cineasta “el perro calandés”, aunque este mismo término sirvió de homenaje cuando Dalí lo llamó: “un perro calandés que alcanzó la inmortalidad”.
La actriz Silvia Pinal, en entrevista, recordó a Buñuel como alguien que desnudaba con la mirada, como un demonio y a la vez un ángel con innumerables rostros que podían sacar lo mejor de un actor.
“Cuando lo miraba con esos grandes ojos redondos junto a la cámara, sabía perfectamente lo que me estaba pidiendo para una secuencia, era en esos ojos donde se podía leer todo lo que él era, todo lo que deseaba. Era un perfeccionista, pero también alguien que sabía el momento exacto en que una imagen, un diálogo o un gesto iba a perdurar para siempre”.
Silvia Pinal celebró que la Palma de Oro que recibió la cinta Viridiana quedara como un símbolo para la posteridad que terminó por acallar todo el escándalo internacional que suscitó esa película y en el que incluso tuvo que llegar de forma clandestina al Festival Internacional de Cine de Cannes.
“Fueron tiempos muy difíciles para él, en varios países se prohibió la proyección de la cinta, la prensa siguió el caso de censura durante meses, fue atacado por muchas personas, pero él ya había pasado por varios escándalos y en cierta manera estaba curtido”.
Silvia Pinal recordó incluso cuando la película estuvo en peligro de desaparecer y ser quemada por la censura que ejercía en ese entonces la España franquista con la Dirección General de Cine Español.
“Tengo entendido que Luis creó toda una estrategia para salvar los negativos de la cinta. Cuando la estábamos filmando todos sabíamos a lo que nos enfrentábamos, eran otros tiempos, otras ideas, y Buñuel fue muy valiente al defender su arte por encima de todas las cosas”, afirmó la actriz.
Al respecto, Juan Luis Buñuel, hijo mayor de Buñuel, recordó el momento en que salvaron los originales de Viridiana, perseguidos por el régimen franquista.
“Yo me llevé el negativo de la película a Barcelona, y ahí lo metimos en un camión con toreros, uno de ellos, por cierto, tenía cierto renombre, se llamaba Pedret. Toda la película estaba escondida debajo de los capotes, y al llegar a la frontera la guardia civil nos gritó: ¡Toreros, suerte! Y todos respondimos el saludo, aunque en realidad íbamos sudando, los toreros también, por el miedo a que nos descubrieran, pues esa película era el mayor escándalo en esos días.”
Juan Luis Buñuel se recordó a sí mismo sentado en las piernas de su padre disparando con una escopeta de aire comprimido a las hojas de un árbol. Igualmente, rememoró las numerosas conversaciones de política que su padre iniciaba cuando iba a visitarlo su amigo Luis Alcoriza.
“Era un hombre de ideas siempre muy abiertas, un hombre generoso siempre del lado de la justicia y en contra de los totalitarismos y la censura”.
Y añadió: “A partir de Belle de jour, al menos hubo un poco más de dinero en casa, porque sus otras películas envueltas por el escándalo habían sido difíciles de comercializar. Mi padre tenía dos trajes cuando murió, tres pares de pantalones, dos pares de zapatos y el Volkswagen de mi madre. Pero aún cuando la fortuna llegó él no cambió su manera de vivir, con o sin dinero”.
Daniel González Dueñas afirmó que Luis Buñuel mexicanizó la audacia de Salvador Dalí, ayudando, con más sentido del humor que del amor a hacer surrealista el cine.
Daniel González Dueñas recuerda a Guillermo Cabrera Infante cuando escribe que Buñuel en Un perro andaluz fue más lejos que Lautréamont y sus alucinaciones servidas por la voluntad y reducidas entonces a un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa quirúrgica, lo de Buñuel en cambio fue algo más fuerte, como lo es el famoso ojo vaciado en dos por una navaja y que en cierta manera representa al espectador castigado por su voyeurismo.
Dueñas refirió que Buñuel accede a lo que llama inocencia a partir de las actitudes: fidelidad a la mirada trascendente, silencio que es la inminencia de una palabra originaria, respeto insobornable hacia el misterio, etcétera.
“De un modo muy concreto, Buñuel sabe existente una realidad integral, llámesele pureza, misterio o mirada trascendida, aunque ella no parezca pertenecer al hombre”.
En este sentido recuerda el comentario del propio Luis Buñuel en su famosa autobiografía Mi último suspiro, en la que escribe:
“El ateísmo, por lo menos el mío, conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro universo es misterio. Puesto que me niego a hacer intervenir a una divinidad organizadora cuya acción me parece más misteriosa que el misterio, no me queda sino vivir en una cierta tiniebla. Lo acepto, ninguna explicación, ni aún la más simple, vale para todos. Entre los dos misterios yo he elegido el mío, pues al menos preserva mi libertad moral.
“Esa tiniebla –afirma Daniel González Dueñas– a la que alude Buñuel, corresponde sin paradoja alguna a la luminosidad angélica: esa tiniebla es luz, porque el ethos buñueliano parte de elegir su propio misterio”.
Javier Espada, curador cinematográfico y considerado uno de los expertos más importantes en la vida y obra de Luis Buñuel, aseguró que México se convirtió en la tierra por excelencia del director calandés al darle asilo en el exilio y permitiéndole realizar el cine que todos conocemos.
“En su casa de la colonia Del Valle maduró muchos proyectos, escribió, recibió amigos, fue uno de los refugios más importantes de su vida y donde encontró esa tranquilidad necesaria para emprender sus grandes odiseas cinematográficas.”
Javier Espada señaló que la naturalización de Luis Buñuel como mexicano en 1949 fue un proceso que lo llenó de orgullo por el cariño que le tenía a este país, donde encontró una renovada fascinación por el surrealismo, por las artes, pero sobre todo, el cine.
“Si uno quiere entender a Buñuel es imposible separarlo de México, de los símbolos que le significó este país, donde encontró todo lo que un creador puede soñar”.
Muchos intelectuales mexicanos tuvieron la fortuna de conocer a Buñuel, entre ellos el fallecido escritor Carlos Fuentes, quien afirmaba que era un hombre que se las sabía todas, un artista nada fácil, perfectamente consciente de su entidad y papel, y el que, a pesar de todo eso, había logrado mantener una extraña inocencia.
“Pues se mantenía humilde y muy generoso. Es decir, era dueño de esa vieja y entrañable hospitalidad española, además de un sabroso sentido del humor”.
Carlos Fuentes afirmó en una entrevista que el universo que planteó Buñuel en Los olvidados sigue siendo un duro recordatorio para México que continúa y continuará vigente mientras no exista igualdad.
“Actualmente se celebra mucho en México a Luis Buñuel y a esta película, pero pocos recuerdan o quieren recordar cómo nuestros propios compatriotas lo atacaron a través de todos los medios posibles, con insultos, con páginas enteras a ocho columnas, lo cual convirtió al estreno de la cinta en un verdadero circo”.
Carlos Fuentes agregaba: En Los olvidados Buñuel captó esa desesperanza del México que nadie quiere ver, el México escondido, el que se asoma como la yerba mala a través de las rendijas del asfalto, ese asfalto escenográfico de una supuesta modernidad, pero que basta con ir a las colonias más apartadas de la ciudad para descubrir que ese mundo que retrató hace más de 50 años sigue ahí, intacto, a la espera de la utopía, de que muera la mirada de la indiferencia, por eso Buñuel sigue más vigente que nunca”
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