La vasija de obsidiana
- 2 de Noviembre de 2018
- Por: Ramiro Gómez
Era el Día de Muertos, el día que los mexicanos recuerdan a sus muertos, a los que van al Mictlan, al lugar oscuro, es el día de las coronas, de las flores de cempoalxóchitl.
El día que adornan las tumbas, que ponen altares de muertos. Con papel picado, con alimentos, con cruces de cal y tierra. Con bebidas. Queman copal, queman incienso.
Ese día el señor de los muertos Mictlantecuhtli, el Dios del Inframundo en México, pidió a cada uno de los dioses tutelares de los mexicanos, decidir si el hombre debía permanecer aquí en la tierra, pues el daño causado a la madre tierra los hacia indeseables.
En breves instantes se cumpliría el atado de años, el ciclo de 52 años, cuando los dioses decidirían si habría un nuevo sol, así que consultó primero a Mictlancihuatl, su señora del inframundo para ver si estaba de acuerdo, y ella coincidió con él plenamente.
México era ya un lugar de indeseables, y al decir de los dioses, no había futuro para esta raza aquí en la tierra.
Así que los dioses se reunieron por segunda vez, la primera fue allá en Teotihuacan, para dar a los hombres el Sol y la Luna.
Ahora se reunían para decidir si se debía aniquilar a los macehualli, despoblar esta tierra en este Quinto Sol.
Estaban reunidos ahí los dioses tutelares de los mexicanos, en México, Tenochtitlan. Y cada uno de ellos fue consultado por Mictlantecuhtli.
Al primero que le preguntó el dios del inframundo, fue a Tlaloc, el Dios del agua.
-¿Tú el de collar de caracolas, el protector de las aguas, que junto con chalchiuhtlicue, les has dado el agua de vida a los mexicanos, tú que piensas? ¬– preguntó Mictlantecuhtli.
– ¡Yo estoy por que el hombre perezca, que ya no pueble más esta tierra!– dijo.
– Me ha dado motivos suficientes: el agua que le he dado, la ha desperdiciado, la ha contaminado, la ha envenenado, no respetan ni el agua del cielo, ni el agua de los ríos y arroyos, ni el agua del mar. Han secado las lagunas y lagos y algunos cobran por ella, y el agua es un regalo a los hombres de mi parte! – agregó el Dios Tlaloc.
En la vasija de obsidiana, fue puesta la bola negra, el dios Tlaloc se acercó y aventó la bola negra, él votó para decidir que los mexicanos perecieran, que el hombre desaparezca aquí en la tierra.
El segundo dios consultado fue Ehécatl el dios del viento, el del hálito de vida, del aire que respiran los mexicanos, el llevador de las nubes, el sustentador de las aves que vuelan.
–¡Yo estoy por que el hombre perezca! – dijo, enérgico – le he dado un regalo de vida, le di un aire limpio y lo ha vuelto un aire venenoso, no lo merece, el hombre no merece vivir en la tierra –, dijo el Dios del viento, Ehécatl.
Y se acercó a la vasija en forma de mono donde depositó la bola negra que era el voto por que el hombre perezca, que ya no pueble más esta tierra.
El tercer consultado fue Huitzilopochtli, el Dios de la guerra, el joven guerrero, el de la espada de fuego, el del pie enjuto.
–¡Yo estoy por que el hombre viva! —dijo— ¡Que permanezca aquí en la tierra! El motivo es muy simple: todos los días en México el hombre mata a su hermano, mata a su hermana, mata a sus padres, a sus niñas y niños, lo sacrifica en mi nombre, me hace sacrificios, que para mi son preciosos, necesarios. ¡Que el hombre viva! Es mi decreto! y aventó la bola blanca en la vasija del destino. Tocó el turno de hablar a Xipetótec. El desollado.–¡Yo estoy por que el hombre perezca, que ya no habite más la tierra, que ya termine. Apenas un poco aquí, que perezca y no vuelva más! – dijo, y aventó la bola negra sin dar mas explicaciones.
Tocó el turno a Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, nuestro creador, el que nos hizo con sacrificio, el que pobló de hombres y mujeres esta tierra.
Él fue por nuestros huesos al Mictlan, los robó para inseminarlos, para escupir sobre ellos y darnos vida.
Él estuvo por que el hombre permanezca aquí en la tierra, el abogó por nosotros, los macehualli.
Y depositó su bola blanca en la vasija del destino para darnos un fuego nuevo, otro ciclo de vida.
Eran ya cuatro bolas negras (Mictlantecuhtli había echado la primera), contra dos bolas blancas, el destino de los hombres parecía sellado.
Era el turno del señor de las flores, de los cantos, Xochipilli.
–¡Yo estoy por que el hombre viva! Desde que el hombre vive aquí ha utilizado mis plantas, las plantas de los dioses, y ha tratado de comunicarse con nosotros. Nos busca, nos habla. Que viva! Y arrojó la bola blanca a la vasija.
Cuatro a tres, así estaba la vasija del destino del hombre.
Llegó a Tlazolteotl, la señora del amor, del amor carnal.
Llegó con una bola blanca, la depositó allí en la vasija del destino, la bola hizo resonar la vasija de oscura obsidiana.
Y dijo:
–¡Que el hombre viva, que la mujer viva! Los dos han sido uno, los dos han amado mucho, los dos merecen vivir. El amor de los dioses hacia los hombres nos hizo crearlos, a los macehualli, que el amor los salve de la muerte. Que el amor les permita vivir.
La vasija del destino no se había sellado, había cuatro bolas blancas y cuatro bolas negras.
–“¿Quién podrá decidir por la vida o la muerte?”. Se preguntaban los dioses.
En ese momento las cabrillas pasaron la línea en el cielo, iniciaba el año, urgía una decisión de los dioses, no había tiempo: se les dio una nueva oportunidad a los hombres, se encendió el fuego nuevo, el amor había salvado a los macehualli, tendrían otros 52 años para arrepentirse, para cambiar, para vivir aquí en México, Tenochtitlan.
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