La retórica electoralista de los candidatos no siempre se traduce en politica oficial
(Ganar elecciones no garantiza que promesas se conviertan en hechos)
Por Ralph Dannheisser
Corresponsal Especial del Servicio Noticioso desde Washington
Este es el segundo, de una serie de dos artículos, sobre el vínculo
entre
la retórica electoralista en las campañas y las subsiguientes políticas
presidenciales. Ver también “Declaraciones en campañas sobre política
exterior deben tomarse en serio”.
Washington – Hay un largo y tortuoso camino entre la retórica de la
campaña
de un candidato presidencial y la aplicación cierta de una política
gubernamental, y con frecuencia, el camino no tiene salida cuando ha
terminado la época de las campañas.
Hay varios factores que pueden contribuir:
. ¿Consideró el candidato la cuestión cuidadosamente o estaba
simplemente
hablando de modo impulsivo?
. ¿Ganará la designación del partido, lo que le capacitaría para
intentar
establecer la política que anuncia?
. En caso de ser designado, ¿modificará el candidato su retórica
durante la
campaña para la elección general, con el fin de convocar al voto
independiente moderado?
. ¿Puede el candidato ser elegido para aplicar esas políticas?
. Si el candidato gana la elección e intenta aplicar sus políticas, ¿es
que
el Congreso, que tiene el poder para redactar las leyes, aceptará esas
ideas?
. ¿Es que los acontecimientos en curso cambiarán el escenario político
e
influirán en los puntos de vista del presidente?
Las situaciones varían, pero la historia indica que la retórica de una
campaña rara vez se traduce en realidad política.
Ann Atkinson, profesora asociada de comunicaciones, especializada en la
retórica de las campañas, en el Colegio Universitario Estatal de Keene,
en
Nueva Hampshire, piensa que esa modalidad tiene una función exclusiva,
diferente a la elaboración de políticas reales.
“¿Cuáles son los objetivos de la retórica en las campañas? Por cierto
decirle a la gente lo que la gente quiere oír, hablar a una audiencia
compuesta por creyentes de algo esperanzador y a su manera, ofrecerle
la
idea de hacer realidad un sueño”, dice.
Parte del objetivo durante las elecciones primarias de los partidos,
anota
Atkinson, es “mostrarse” y distinguirse de los otros candidatos. Aún
así,
explicó, “uno tiene que tener cuidado con las peleas que uno escoge. No
sólo en los debates, sino también establecer que uno es diferente a los
otros. Una vez hecha la designación, hay que reformar todas las
alianzas”.
Atkinson ofrece un ejemplo histórico de otra diferencia entre retórica
y
políticas: cuando Franklin Roosevelt llegó a ser presidente en 1933,
destacó, el Tribunal Supremo derogó algunos programas económicos de la
política de Nuevo Trato que Roosevelt promovió e impulsó en el
Congreso,
declarándolos inconstitucionales.
El historiador Irwin Unger, ganador de un Premio Pulitzer, proporciona
una
serie de ejemplos de casos de retórica en una campaña que resultaron
insostenibles.
Unger, coautor con su esposa Debi de libro LBJ: A Life (LBJ: Una vida),
una
biografía del presidente Lyndon Johnson escrita en 1999, dijo que
Johnson
hizo campaña para la presidencia en 1964 prometiendo “no ampliar la
guerra“
en Vietnam. Cita a Johnson diciendo que mientras los otros,
presumiblemente
su adversario republicano, el senador Barry Goldwater “desean ampliar
el
conflicto con chicos estadounidenses para hacer el trabajo que los
chicos
asiáticos deben hacer” y que tal curso de acción “no ofrecería ninguna
solución al problema real de Vietnam”.
¿Era Johnson sincero en aquel momento? “Probablemente”, comentó Unger,
pero
esas palabras le rebotaron cuando la guerra se amplió en gran medida
durante su presidencia, lo que al final hizo que perdiera el cargo. En
marzo de 1968, anunció que no se presentaría a la reelección.
Otro caso de retórica cuestionable es la de Richard Nixon durante su
campaña en 1968, cuando prometió conseguir “la paz con honor”, que tuvo
mucho éxito contra Hubert Humphrey, pero la guerra continuó sin tregua
en
el segundo mandato de Nixon.
Hay muchos precedentes de la oratoria electoralista que quedaron sin
cumplir antes de Johnson y Nixon.
Unger citó a Franklin Roosevelt, en un discurso en Boston en octubre de
1940, durante su campaña para un tercer mandato, en el que prometía:
“lo he
dicho antes, pero lo diré una y otra vez – ?sus hijos no irán a más
guerras
en el extranjero’”. Un año más tarde Estados Unidos se incorporaba a la
Segunda Guerra Mundial.
¿Y que pasó con su promesa de campaña de 1940? “Se puede suponer que
Roosevelt quería eso, pero es posible que también pensara que eso no
era
muy probable en aquel momento” dijo Unger.
La retórica electoralista fuera de un tema central no se limita a la
guerra
y la paz. La enciclopedia británica dice lo siguiente sobre el
presidente
Herbert Hoover: “durante su campaña presidencial de 1928 Hoover dijo:
‘hoy
estamos más cerca que nunca que en ningún momento, del ideal de abolir
la
pobreza y el miedo en la vida de los hombres y las mujeres’. Un año más
tarde la caída de la bolsa de 1929 causó el peor colapso económico en
la
historia”.
Tanto Unger como Atkinson citan la firme promesa que hizo George H.W.
Bush, padre del actual presidente Bush, cuando aceptó la designación
republicana para candiatear a la presidencia de Estados Unidos en 1988:
“Escúchenme bien: no habrá nuevos impuestos”.
Sin embargo, al llegar a la Casa Blanca, Bush sucumbió a la presión del
Congreso para elevar los impuestos y reducir el déficit del presupuesto
nacional. Tal incidente contribuyó a su derrota posterior por el
demócrata
Bill Clinton en 1992.
Y aunque cambiar posturas para complacer a audiencias distintas puede
causar que un candidato sea tildado de “chaquetero” para obtener
ganancias
políticas, la expresión cándida de puntos de vista individuales que
irriten
a la base del partido puede en ocasiones destruir una candidatura
prometedora.
Por ejemplo, se recuerda el caso de George Romney, que arruinó sus
posibilidades para ser designado candidato presidencial por el Partido
Republicano de 1968 cuando declaró en un canal de televisión local que
le
habían “lavado el cerebro” para que apoyara la guerra de Vietnam. La
designación del partido fue para a Nixon, que luego ganó las elecciones
generales.
No se puede saber qué hubiera ocurrido con Romney de no haber hecho
esas
declaraciones, pero lo cierto es que esa retórica dañó a su campaña.
(El Servicio Noticioso desde Washington es un producto de la Oficina de
Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de
Estados Unidos. Sitio en la Web: http://usinfo.state.gov/esp)
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