La Alianza para el Progreso y su legado
John F. Kennedy estableció en 1961 la Alianza para el Progreso, un programa para fomentar el desarrollo y las reformas en la región
Washington, EE.UU. Cuando el presidente John F. Kennedy puso en marcha un ambicioso programa de ayuda exterior, conocido como la Alianza para el Progreso, lo propuso como un plan de diez años para ayudar a “construir un hemisferio en el que todos los hombres puedan tener la esperanza de un estándar de vida apropiado, en el que todos puedan vivir su vida con dignidad y libertad”.
La iniciativa establecida en 1961 planteaba amplias reformas sociales y económicas, inclusive políticas impositivas más igualitarias, distribución de ingresos y reforma agraria, con el objeto de acelerar el desarrollo y lograr sociedades más justas en todo el Hemisferio Occidental. Kennedy le dio alta prioridad al compromiso de Estados Unidos con América Latina, al reconocer que las luchas de la región contra la pobreza y el analfabetismo podían poner en riesgo a las instituciones democráticas. Así también, con la Guerra Fría en sus momentos más intensos, Kennedy estaba decidido a limitar la influencia del régimen comunista de Cuba en la región.
La Alianza quizás haya quedado en el olvido, pero en su momento marcó un nuevo enfoque en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, dijo Arturo Valenzuela, secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental. “La Alianza para el Progreso fue un esfuerzo característico del presidente Kennedy para fortalecer los lazos comunes entre Estados Unidos y América Latina, al atender las aspiraciones universales de superar el desafío de la pobreza y la autocracia que la región enfrentaba en la década de 1960”, recordó Valenzuela.
Según indica Jeffrey F. Taffet, profesor asociado de historia en la Academia de la Marina Mercante de Estados Unidos, y autor del libro titulado Foreign Aid as Foreign Policy: The Alliance for Progress in Latin America, (La ayuda exterior como política exterior; la Alianza para el Progreso en América Latina) en todo el hemisferio “había la percepción de condescendencia de Estados Unidos”, que “Kennedy estaba tratando de cambiar”. Kennedy quería establecer una asociación entre Estados Unidos y América Latina, que no llevara rastros de paternalismo ni explotación, dijo Taffet, al agregar que “los latinoamericanos lo tomaron en serio porque creían que realmente quería hacer eso”.
En su discurso inaugural en enero de 1961, Kennedy prometió a “nuestras repúblicas hermanas … convertir las buenas palabras en buenas obras, en una nueva alianza para el progreso, para ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a librarse de las cadenas de la pobreza”. Kennedy anunció oficialmente la Alianza para el Progreso durante una recepción en la Casa Blanca para el cuerpo diplomático de América Latina, el 13 de marzo de 1961.
“A todo lo ancho de América Latina, un continente rico en recursos y en logros espirituales y culturales de sus pueblos, millones de hombres y de mujeres padecen la diaria degradación de la pobreza y el hambre”, dijo Kennedy ante los embajadores de la región. “Si queremos resolver un problema de dimensiones tan grandes, nuestro enfoque también debe ser valiente”.
Kennedy propuso un plan que requería “un enorme esfuerzo de cooperación, sin paralelo en magnitud y nobleza de causa, para satisfacer las necesidades básicas de los pueblos de las Américas, de techo, trabajo y tierra, salud y escuela.” Estados Unidos prometió aportar 20 mil millones de dólares en ayuda y pidió a los gobiernos de América Latina que aportaran 80 mil millones de dólares en fondos de inversión para sus economías. En esa época, fue el mayor programa de ayuda creado por Estados Unidos para el mundo en desarrollo.
El programa tomó impulso en agosto de 1961, durante una reunión en Punta del Este, Uruguay, donde los representantes de Estados Unidos y de todos los países de América Latina, con excepción de Cuba, dieron su apoyo a un carta para impulsar la reforma agraria e impositiva, la gobernabilidad democrática y la modernización económica.
Sin embargo, poco después la alianza enfrentó obstáculos. Kennedy tuvo problemas para conseguir la aprobación del Congreso para financiar plenamente el programa, y las trabas burocráticas, tanto en Washington como en el resto del hemisferio, hicieron erráticos los avances.
Aunque la Alianza para el Progreso no alcanzó muchos de sus objetivos y finalmente fue disuelta, si logró algunos logros mensurables. El programa “probablemente sea mejor juzgado en términos de cómo afectó a la gente individualmente en el hemisferio”, dijo Taffet. La alianza dio apoyo a la construcción de viviendas, escuelas, aeropuertos, hospitales, clínicas y proyectos de purificación de agua en toda América Latina, donde también se distribuyeron textos escolares gratuitamente.
Debido al financiamiento de la alianza “más gente en la región pudo enviar a sus hijos a mejores escuelas, trasladarse a mejores viviendas y tener un estilo de vida de clase media”, anotó Taffet. “Es difícil decir si la alianza cambió las economías regionales o la situación política, pero la gente, en lo individual si se benefició con esta iniciativa”.
Si bien Kennedy se decepcionó del éxito limitado de la alianza, su enérgica defensa de las metas del programa causó una fuerte impresión en los pueblos de todo el hemisferio. “Hasta el día de hoy, él sigue siendo muy admirado, y en América Latina hay escuelas y calles que llevan su nombre”, dijo Taffet. “Kennedy impulsó la noción de que Estados Unidos puede ser un socio benevolente en la región. Esperamos aprovechar ese legado”.
El siglo XXI, no obstante, tiene sus propias características. “El mundo de hoy ha cambiado fundamentalmente: la Guerra Fría ha terminado y muchos países de América Latina son democracias florecientes, con economías robustas”, dijo Valenzuela. “Si bien la política de la administración Obama en América latina está igualmente motivada por nuestro interés en un continente estable y próspero, nos orienta un nuevo espíritu de cooperación y respeto por todo lo que la región ha logrado”.
“Los países de las Américas son ahora socios que pueden trabajar con Estados Unidos tanto a nivel regional como mundial para enfrentar juntos los desafíos y oportunidades comunes, en lugar de ser una región que busca la ayuda de Estados Unidos para lograr el éxito”.
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