Escritora dominicana estadounidense descubre Haití
Por Mark Trainer Redactor Washington ? Para Julia Álvarez Haití fue siempre “la hermana que nunca conocí”. Se necesitaría una promesa, una boda y un terremoto devastador para reforzar esa relación.
En su nuevo libro, Una boda en Haití, la poeta, novelista y ensayista -mejor conocida por sus populares novelas De cómo las muchachas García perdieron el acento y En el tiempo de las mariposas narra la historia de su amistad con Piti, un joven haitiano que conoció en la República Dominicana cuando él era adolescente. Piti trabaja en la granja de café que Álvarez, una dominicana estadounidense, y su esposo comenzaron en la Cordillera Central, la cordillera que atraviesa diagonalmente La Española, la isla que la República Dominicana comparte con Haití. “Lo que sentí hacia el chico fue algo inexplicablemente maternal”, escribe Álvarez. “En algún lugar de Haití una madre había enviado a su joven hijo al país vecino que es más rico para ayudar a la familia empobrecida”.
Haití y la República Dominicana tienen una historia difícil. Las diferencias de raza y de idioma han separado a los dos países, y la masacre de decenas de miles de trabajadores haitianos en 1937, ordenada por el dictador Rafael Trujillo, dejó una profunda huella que todavía se siente hoy. Antes de conocer a Piti, Álvarez había conocido sólo a una persona de Haití, una niñera que contaba historias estremecedoras y advertía de lo que el Cuco hacía a los niños que no se dormían.
Una noche en la granja de café, Álvarez hizo una alegre promesa a Piti, de que algún día asistiría a su boda, sólo para recibir nueve años después una llamada de él a su hogar en Vermont invitándola al acontecimiento el fin de semana siguiente en Haití. Su afecto a Piti la hizo cancelar obligaciones anteriores, y la primera parte de Una boda en Haití narra la difícil jornada al país del que ella había conocido tan poco de niña, para asistir a la feliz boda de su amigo.
“Debido a la masacre y mi sentimiento de vergüenza acerca de esa historia, yo sólo sentía que ir a Haití sería una presencia importuna. Y la gente decía: ‘¿Por qué no habías ido antes?’ ¡Porque nunca me habían invitado! Piti me invitó”.
Menos de un año más tarde, Álvarez volvió a Haití bajo circunstancias muy diferentes. Después del terremoto del 12 de enero de 2010, que causó la muerte de 316.000 personas y desplazó a otros 1,3 millones, ella y su esposo viajaron con Piti a ver a su familia y ser testigos del sufrimiento de la nación vecina de la República Dominicana.
Pero Álvarez fue solo una de muchos dominicanos que tendieron la mano a Haití después del terremoto. “Sentí una conexión y vínculo verdaderos con esta ‘hermana que nunca había conocido’. Eso se repitió por todo el país. Muchos dominicanos organizaron campañas de recolecta de alimentos y suministros, fueron a la frontera y establecieron clínicas médicas”. El gobierno dominicano suspendió las restricciones de visado para los haitianos que necesitaban atención médica urgente, donó 11 millones de dólares para ayuda de socorro y autorizó casi 300 vuelos para llevar suministros. Rubén Silié Valdez, el embajador de la República Dominicana en Haití sostiene que el terremoto volvió a definir las relaciones entre los dos países. “Ahora reconocemos que los haitianos y los dominicanos no somos sólo vecinos”, dijo en una entrevista en esos momentos, “sino también hermanos”.
Álvarez no vacila en subrayar que Una boda en Haití es una perspectiva muy personal sobre Haití, un intento de representar “un Haití que las noticias no muestran”, dijo Álvarez. “Dos viajes no hacen a una experta. Es ir a Haití con la historia y antecedentes en mi mente, pero con los ojos frescos. Sabía que había más que esa historia”.
Tanto la amistad con Piti, que Álvarez describe, como la respuesta de los haitianos y de sus propios compatriotas después del terremoto de 2010 le indican a Álvarez que la relación ha cambiado entre los países vecinos.
“Había una sensación de verdadera solidaridad, lo cual me dice que debajo de todo aquello hay un entendimiento real de que cuando le sobreviene una desgracia a una hermana o un hermano, o al prójimo, el instinto es tenderle la mano y ayudar”.
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