El Partido Nacional Revolucionario, fue fruto del genio político de los mexicanos.
Mensaje del Sen. y Lic. Pedro Joaquín Coldwell, presidente del CEN del PRI, en la ceremonia conmemorativa del 83 aniversario de la creación del PNR.
Compañeras y compañeros de partido: Plutarco Elías Calles ideó el mecanismo para aglutinar a los revolucionarios dispersos por toda la República, y dio la clave para resolver el viejo trauma de la sucesión presidencial.
La formación de ese partido, el más remoto antecedente del PRI, marcó el inicio de la vida pacífica e institucional de México, nuestra puerta de entrada a la civilidad moderna.
Lázaro Cárdenas, sobre este eje, construyó el partido de masas que le dio fortaleza al gobierno para enfrenar a las fuerzas de la derecha, y enderezar la defensa de la Nación ante la embestida de poderosos intereses trasnacionales.
Con Miguel Alemán, el partido incorporó a la política a los universitarios emanados de las escuelas de la Revolución, y abrió espacios a las ricas expresiones políticas de las clases medias populares.
Los priistas de hoy con frecuencia olvidamos nuestros orígenes.
Pocos partidos en el mundo, que como el PRI, han surgido de un gigantesco y poderoso movimiento popular que exigió reivindicaciones sociales para las masas empobrecidas.
En tanto otras formaciones políticas del país nacieron en las oficinas de un banco, en la imaginación de un pequeño grupo de plutócratas, nuestro partido es fruto de la primera revolución social del siglo XX.
Eso es lo que nos hace distintos y esa es la tradición que todos los días debemos de honrar.
A unos cuantos meses de que se lleve a cabo la tercera elección presidencial del siglo, nuestro país atraviesa por una severa y compleja crisis.
Propiciada por la incapacidad de los panistas para gobernar. En este sexenio, el número de pobres se ha incrementado en 12 millones y medio, y ha ocurrido cuando los actuales precios del petróleo, son los más altos de la historia.
¿A dónde ha ido a parar todo ese dinero?
El régimen de derecha se ha limitado a mantener los equilibrios macroeconómicos, y en la actual década hemos tenido las tasas de crecimiento más bajas en los últimos 70 años.
El desempleo arroja a miles de mexicanos a la economía informal, y frustra las expectativas de los jóvenes.
La estabilidad económica que presume el gobierno es estéril.
Vergonzosamente, tenemos los peores índices de comportamiento económico en el continente. Somos líderes en cambio en pobreza. Entre 2008 y 2009, países como Brasil, Panamá, Perú, Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina, lograron disminuirla. México fue el único país latinoamericano en el que la pobreza aumentó.
La inversión pública en infraestructura ha caído drásticamente. Antes, en México se construían colosales obras, desde las gigantescas hidroeléctricas, los distritos de riego, las nuevas ciudades turísticas, hasta centros de enseñanza superior como la majestuosa Ciudad Universitaria, hoy el gobierno gasta cientos de millones de pesos en un monumento a la corrupción, que ofende la memoria de los padres de la Independencia, y atenta contra la estética del Paseo de la Reforma en la capital de la República.
No es extraño entonces, que nuestro partido se haya venido recuperando electoralmente durante los últimos años, pese a las alianzas opositoras que se produjeron en algunos estados.
El problema es que el gobierno actual ha empobrecido la política y ha centrado su argumentación y su atención casi exclusivamente, en los temas de delincuencia organizada, acciones que no terminan de debilitar a las bandas criminales, pero sí producen bajas entre civiles inocentes. El Poder Ejecutivo Federal reduce su óptica a la represión armada el resto de la agenda del país, se ha postergado
El crimen organizado nutrido por el narcotráfico, se ha expandido por amplias regiones del territorio nacional, y amenaza con penetrar las instituciones del Estado.
El gobierno federal dice que tiene voluntad para combatirlo, pero obtiene resultados contrarios a lo que proclama. La descomposición social del país es preocupante.
Hoy se destina más presupuesto que nunca a la Seguridad Pública, mientras que se ha triplicado la incidencia delictiva.
El 62 por ciento de la población del país percibe que vive en un entorno inseguro y un 40 por ciento ha dejado de salir de noche.
Los jóvenes de los 14 a los 21 años de edad, se involucran en el 78 por ciento de los delitos cometidos.
Las ejecuciones por causas del narcotráfico en 2010, son 5 veces y media mayores que las del 2006.
La delincuencia y la corrupción, crecen precisamente por la ausencia de políticas económicas y sociales, y por la errática política de seguridad y de procuración de justicia.
Los decomisos de cocaína y la destrucción de plantíos de mariguana y amapola, durante el presente sexenio han disminuido si se comparan con las cifras alcanzadas por gobiernos anteriores. Entonces se combatía el crimen organizado, pero sin provocar muertes entre la población inocente.
Las obsesiones electorales han contaminado la lucha contra el flagelo de la delincuencia.
En vez de convocar consensos para combatir a los criminales, las autoridades se esmeran en partidizar el tema, lo utilizan como instrumento para descalificar a otras fuerzas políticas, o para denostar a los otros niveles de gobierno.
Se ha insistido en que la descomposición social que azota a México, se caracteriza por el creciente desempleo, la rampante desigualdad, el crecimiento de la pobreza, la expansión incontrolada del crimen y todo eso es cierto, pero no se ha dicho que uno de sus rasgos fundamentales, es la mediocre dirección política.
El país navega sin rumbo. La lapidaria frase de Séneca parece hecha a la medida de los gobernantes panistas: Nadie alcanza buen puerto si no sabe a dónde dirigirse.
¿Dónde están las metas de desarrollo y de justicia social?
Se atiende la rutina del día a día en las dependencias gubernamentales, sin visión de porvenir.
Para avanzar, requerimos abatir el pervertido sistema educativo, en el que los niños y los jóvenes son engañados con un simulacro de educación, esfuerzo en el que además, deben colaborar los padres de familia, los maestros, los alumnos y los medios de comunicación.
La pobreza no se vence con dádivas y subsidios, sino con empleos permanentes y bien remunerados, con una efectiva y sustentable seguridad social. Si se incrementan los ingresos de la población, sube el consumo y, por ende, la producción y las ganancias. Si las empresas no pueden pagar impuestos, salarios y prestaciones al personal, entonces no son negocio para nadie.
La hambruna que padecieron los tarahumaras hace unas semanas, exhibió públicamente la ausencia de una auténtica política social. Los marginados no están en la mira del gobierno de la derecha. Lo muestra la extensión de las colonias proletarias sin servicios y sin esperanza, donde el delito para quien lo comete y quien lo sufre, es la única opción al alcance de la mano.
La crisis sólo se resolverá modificando su vértice político: si colocamos a la cabeza del gobierno y del Estado, a un dirigente capaz de conducirnos como nación, como el enorme país que somos, integrado por diferentes regiones y pueblos y por millones de individuos diferenciados. La solución comienza por escoger a un líder y por establecer el imperio de nuevas políticas públicas de contenido económico y social.
Hay una fatiga generalizada entre la población, especialmente entre los jóvenes, que viven sin futuro, y es terrible tener las puertas de la esperanza cerradas cuando se dan los primeros pasos en la vida. Esta juventud ha visto pasar sus primeros años de existencia consciente, sin cambio alguno. Siempre el mismo discurso y la misma terca realidad, y esos jóvenes sienten que debe haber otro destino menos frustrante, amenazador. Y tienen razón.
Es el momento del cambio de estafeta. Es ya el tiempo de que volvamos a entonar el himno a la vida y no de promover políticas de muerte.
En tanto la derecha promueve más de lo mismo y la izquierda pasa súbitamente del radicalismo delirante a la república amorosa, el PRI con Enrique Peña Nieto, está del lado del humanismo, de la calidad de vida, de quienes empujan el carro del progreso, de los que tienen la experiencia y la mejor oferta para hombres y mujeres.
Peña Nieto se ha ido perfilando como el líder de una nueva generación de mexicanos. Mostró su capacidad de conducción popular en el Estado de México: Multiplicó los empleos y las inversiones productivas, la infraestructura, la oferta educativa, la calidad de vida y mereció el reconocimiento a su labor, por medio de una abultada votación para el candidato que lo siguió en el cargo del gobierno del estado.
La campaña que emprenderemos con Enrique Peña Nieto, marca un nuevo hito: El inicio de una nueva política por y para los jóvenes, que superará a las generaciones agotadas, que sólo saben ver un ángulo del poliedro de lo que es la sociedad. Una política que se propone cambiar todo, todo lo que no funciona y nos mantiene en este prolongado estancamiento; la nueva política de hondo contenido económico y social, que jubilará a los incompetentes dirigentes actuales, y tomará el mando y nos volverá a dar rumbo.
Hay tarea por delante. No sólo se trata de vencer dificultades políticas y materiales. Tenemos que volver a sembrar la mística de que éste es un país poderoso, capaz de superar las adversidades, volver a tener fe en nosotros mismos y en nuestras potencialidades.
Ya basta de parálisis, de falta de imaginación política y de ambición por recolocar a México en el sitio que le corresponde en el conjunto internacional.
Pocas veces se ha dicho, pero la Revolución mexicana implicó también un cambio generacional. Los principales cuadros del porfirismo eran ancianos durante los últimos años de la dictadura, y la gran mayoría de los dirigentes que los derrocaron eran jóvenes.
Con frecuencia, en la historia se presentan saltos generacionales e individuos de la población más joven, asumen el poder. Eso mismo va ocurrir en México ahora con Enrique Peña Nieto. Con él llegará a los cargos directivos de la nación, una nueva generación, dispuesta a emprender una profunda renovación del país.
Los priistas recién superamos un intenso proceso para construir las candidaturas de nuestros legisladores federales, uninominales y por listas de representación proporcional. No fue tarea sencilla, ya que las perspectivas reales de triunfo han multiplicado las aspiraciones y los legítimos ánimos de aspiración.
Todos los que aspiraron, se sienten legítimamente con los atributos suficientes para ser distinguidos con el respaldo del partido, pero lamentablemente, no hay espacio para todos. Téngase en cuenta que la legítima aspiración individual, debe someterse a las finalidades colectivas. Y la primera es que debemos asumir el poder, para poder reencauzar al país por las rutas del progreso y la justicia.
Asumidas las decisiones, nos corresponde cerrar filas y sumarnos en el gran proyecto de nación que postulamos, con la bandera progresista de Enrique Peña Nieto.
Compañeras y compañeros priistas:
Nuestras tareas para el país son las responsabilidades públicas, la política de las causas sociales, la de construir una nueva agenda nacional que ayude a superar los enormes problemas que afectan a los mexicanos.
Al PRI corresponde ponerle fin a la pesadilla de dolor, violencia, corrupción y pobreza, que el panismo le ha recetado al país a lo largo de estos años.
Porque no queremos otro sexenio de muerte y de miedo. Porque no deseamos más estancamiento económico. Porque nuestros jóvenes requieren trabajo e ingreso suficiente, y nuestros viejos una existencia digna. Porque las mujeres mexicanas merecen vivir en condiciones de equidad, sin humillaciones ni violencia. Porque los niños deben conservar sus sonrisas. Porque México debe lograr su seguridad alimentaria y los campesinos mejores condiciones de trabajo. Porque los obreros requieren un salario justo y una seguridad social garantizada. Porque en México los derechos humanos deben respetarse cotidianamente. Porque los gobernantes incompetentes deben retirarse. Porque México debe ocupar el lugar que le corresponde en términos de libertad, justicia y equidad.
Y porque la mejor encuesta se verá el 1 de julio, con Enrique Peña Nieto, los priistas, con nuestro entusiasmo y nuestro fervor, vamos a ganar.
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