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Ciudad Acuña, Coahuila, México | 18 de Diciembre del 2024

El agua y el cambio climático

Este es el tercero de una serie de cuatro artículos sobre la gestión eficaz de los recursos hídricos.

Por Mike Muller “El clima es lo que se espera, el tiempo es lo que se recibe”. Robert A. Heinlein Autor estadounidense 1907-1988 El cambio climático tiene a la gente bufando o despertándose en un sudor frío. Los gobiernos del mundo aceptan ahora que el cambio climático plantea un peligro grave y a largo plazo para la salud económica y social de sus países. Pero, ¿quién causó el problema? ¿Quién debería abordarlo? ¿Cómo? ¿Quién debería pagar por las medidas necesarias para limitar el cambio climático y ayudar a la gente a adaptarse a su impacto?

De la polémica al consenso

Hubo un tema en el que casi todos los participantes en la cumbre climática del COP15 que tuvo lugar en Copenhague en diciembre de 2009 coincidieron: el impacto del cambio climático se hará sentir a través del agua.

— Durante la ceremonia de inauguración, los anfitriones daneses mostraron un video conmovedor de una joven que vivió algunos de los impactos del cambio climático: inundaciones, derretimiento de glaciares, huracanes y sequía.

— Yvo de Boer, el entonces secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), recordó en forma conmovedora el testimonio de Nyi Lay, un niño de seis años que perdió a sus padres y a su hermano menor, arrastrados por las aguas cuando un devastador ciclón arremetió contra Birmania en mayo de 2008.

— Rajendra Pachauri, presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, advirtió que “se calcula que para el año 2020, en África, entre 75 y 250 millones de personas estarán expuestas a tensiones relacionadas con el agua debido al cambio climático y en algunos países de ese continente las cosechas de cultivos que dependen de la lluvia podrían verse reducidos hasta en un 50 por ciento”.

— Según resumió el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon: “Las pruebas nos asaltan: el derretimiento de los casquetes polares, el avance de los desiertos, el aumento del nivel del mar”.

El mensaje es claro. La forma en que utilizamos la energía puede causar cambios climáticos, pero el mundo vivirá las consecuencias de ello a través del agua. La manera en que gestionemos los recursos hídricos determinará de modo definitivo la manera en que nos adaptaremos al cambio climático. Adquirimos muchos conocimientos prácticos al estudiar la perspectiva de aquellos que trabajan con recursos hídricos y se enfrentan diariamente a los caprichos del clima.

Un historial repleto de incertidumbre

El dicho “El clima es lo que se espera, el tiempo es lo que se recibe”, a menudo atribuido a climatólogos, fue acuñado en 1973 por el escritor norteamericano de ciencia ficción Robert Heinlein. Todos los días nos preocupamos por el tiempo: ¿Necesito llevar abrigo? ¿Debería llevarme el paraguas? ¿Hay que regar las tierras esta semana? Pero el clima define nuestras expectativas: ¿Deberíamos instalar calefacción central? ¿Es este valle un lugar seguro para construir viviendas? ¿Será el país capaz de alimentarse a sí mismo?

La realidad científica ha dejado atrás a la ciencia ficción y el cambio climático está socavando nuestra confianza en esas expectativas. Olvidémonos del tiempo; ya ni siquiera estamos seguros de qué clima debemos esperar.

El agua, sin embargo, ha sido siempre un buen indicador tanto del estado del tiempo como del clima. En el Egipto faraónico, los sacerdotes observaban los niveles del Nilo no sólo para vaticinar si habría una buena cosecha, sino también con el propósito práctico de fijar los impuestos.

Sus archivos, que figuran entre las mediciones de más larga data de fenómenos naturales en el mundo, son una fuente valiosa de historia climática. Revelan que la variación ha sido el factor más constante: ninguna estación fue jamás igual a la anterior y ninguna secuencia de inundaciones y sequías igualó a otra. De hecho, los matemáticos analizan comportamientos aparentemente fortuitos utilizando técnicas derivadas de los datos sobre las corrientes del Nilo.

Con su larga experiencia en observar las características meteorológicas y las corrientes fluviales, los administradores de servicios de abastecimiento de agua han desarrollado buenos conocimientos para abordar el clima. Pero el cambio climático les obliga a reconsiderar sus planteamientos.

El calentamiento global amplificado en el ciclo hidrológico

Los niveles de calentamiento global que se prevén, de dos a cuatro grados centígrados para el año 2100, no parecen ser gran cosa, pero el impacto del calentamiento se verá amplificado de numerosas formas en el ciclo hidrológico. La temperatura media de la Tierra (15° C) permite que coexistan distintas formas del agua: hielo sólido, líquido o vapor. La energía adicional generada por el aumento de la temperatura trastornará ese equilibrio.

Los acontecimientos climáticos, como por ejemplo las tormentas tropicales, serán más frecuentes y se anticipa que las lluvias sean más intensas, si bien en algunos lugares lloverá menos que el promedio. En el futuro, las inundaciones probablemente serán más extensas, más destructivas y más frecuentes que las de hoy.

Al subir la temperatura, aumentará la evaporación. De exceder ésta a la lluvia, la Tierra se volverá más seca. En las zonas áridas, la tierra seca absorberá más lluvia, en lugar de “escurrirse” para llenar los arroyos y los ríos. Los suelos más secos absorberán el agua al filtrarse ésta hacia abajo, lo que reducirá la recarga de los acuíferos (depósitos subterráneos de agua) y el flujo de los manantiales naturales que alimentan.

En un clima más cálido, los cambios en la vegetación harán que la lluvia se desvíe de los ríos y de otros acuíferos esenciales. La evapotranspiración (pérdida total del agua del suelo, incluida la evaporación directa y la humedad de las hojas y otras superficies de las plantas) de la vegetación más densa y más exuberante podría extraer del suelo aún más agua que posteriormente se evaporará en la atmósfera.

Estos efectos de los cambios de temperatura tendrán enorme impacto en comunidades de todo el mundo.

Aunque mayor cantidad de dióxido de carbono debería fortalecer el crecimiento de las plantas, la producción de alimentos se reducirá en muchos lugares al disminuir las lluvias y al ser éstas más esporádicas. La reducción de los caudales fluviales dará pie a que haya menos agua disponible para el riego. Por ejemplo, se anticipa que en México los caudales de los ríos bajarán; para el año 2080, los principales distritos de riego podrían ver reducciones de entre 25 y 50 por ciento. En muchos países, la sequía estará seguida rápidamente por el hambre y la pobreza.

También la salud se verá afectada. Al estancarse en las temperaturas más cálidas las lluvias más fuertes que las normales, los mosquitos portadores del paludismo proliferarán en muchos lugares nuevos. Mientras tanto, las enfermedades transmitidas por el agua se propagarán debido a que será más difícil y costoso garantizar en los países pobres los suficientes abastecimientos de agua potable y servicios sanitarios.

Aumentarán los desastres debido a las inundaciones, perjudicando a los cientos de millones de personas que viven en las cercanías de los ríos vulnerables, en las llanuras de inundación o en los deltas de los ríos: “Dos mil millones de personas viven en zonas donde la posibilidad de que se produzcan inundaciones fluviales podría aumentar para el año 2080”, según advierte Pachauri, el presidente del IPCC. Las inundaciones costeras se agravarán debido al aumento del nivel del mar, a medida que se derriten los depósitos polares de nieve y hielo. El agua salada de los océanos se mezclará con los abastecimientos de agua fresca tanto superficiales como subterráneos, haciéndolos inutilizables.

El calentamiento reducirá también la cantidad del agua almacenada en los neveros y los glaciares del Himalaya, los Andes y otras cordilleras. Se anticipan más inundaciones a medida que se derriten el hielo y la nieve en las zonas de captación de las montañas. Una vez desaparecidas estas reservas, los flujos uniformes y regulares del pasado serán suplantados por inundaciones repentinas menos previsibles en la estación de lluvias, porque las precipitaciones caerán cada vez más en forma de lluvia en lugar de nieve. Las comunidades establecidas río abajo tendrán que encontrar nuevas maneras de almacenar el agua que anteriormente era liberada más paulatinamente durante la estación seca.

Los impactos del aumento de la contaminación son menos evidentes. Los ingenieros sanitarios afirman que “la solución para la contaminación es la dilución”, puesto que gran parte de los desperdicios de las ciudades e industrias son removidos por los ríos y no dañan necesariamente a las ecologías fluviales cuando hay una corriente suficiente. Pero las corrientes reducidas de los ríos ya no podrán realizar esta función, con lo cual las comunidades deberán pagar más para disponer de sus desperdicios o sufrir las consecuencias de mayor contaminación.

¿Retos más urgentes?

A pesar de esta letanía de problemas, los administradores de servicios de abastecimiento de agua y expertos hídricos del mundo no les dieron en un principio mucha prioridad. En el año 2003, el Informe mundial sobre el desarrollo de los recursos hídricos de la ONU concluyó que “el cambio climático será responsable aproximadamente del 20 por ciento del aumento de la escasez de agua en el mundo”.

Cualquiera que esté familiarizado con la regla del 80/20 de la gestión administrativa entenderá que abordar el cambio climático no encabezaba la lista de prioridades de los administradores de recursos hídricos. El motivo era que afrontaban muchos problemas más inmediatos. En gran parte del mundo, el consumo de agua aumenta a un ritmo más rápido que lo que se considera sostenible, impulsado por el crecimiento demográfico y el desarrollo económico. Al mismo tiempo, la contaminación del agua limita la utilidad de la que tenemos.

Cuando el agua se obtiene directamente de los ríos, la escasez es rápidamente evidente, ya que el consumidor que vive río abajo se queja de que no tiene suficiente. Pero cuando el agua se obtiene de fuentes subterráneas, el consumidor puede que no se dé cuenta de que está reduciendo el ‘saldo’ de su cuenta de agua. Desde el oeste de los Estados Unidos hasta la India y el Oriente Medio, los niveles freáticos están bajando mucho más rápidamente de lo que pueden recargarse.

La urbanización es otra amenaza, y no sólo porque los habitantes de las ciudades de crecimiento rápido deseen tener más agua para sus casas. Con frecuencia, especialmente en los países en vías de desarrollo, los residuos urbanos contaminan el agua a expensas de los consumidores río abajo, que tienen que invertir grandes cantidades de dinero para su tratamiento, encontrar otras fuentes, o correr el riesgo de utilizar esa agua.

El crecimiento económico genera otros retos. La prosperidad cambia las dietas, y se requiere más alimentos y más agua para producirlos. Asimismo, las nuevas tecnologías generan nuevos tipos de contaminación.

El futuro no es lo que era

Los administradores de servicios de abastecimiento de agua han reconsiderado sus prioridades. Una de las razones fue que algunas de las medidas para mitigar el cambio climático representaban amenazas para el ciclo hidrológico y los consumidores del agua. La expansión de la producción de biocombustibles es un buen ejemplo. Los expertos hídricos ya habían determinado que uno de los principales retos del siglo XXI será encontrar suficiente “agua para los alimentos”. Ahora, de repente, los alimentos tendrán que competir con los cultivos energéticos por el agua escasa.

De igual manera, la energía hidroeléctrica ofrece beneficios reales, pero aumenta la competencia en lo que se refiere a los recursos hídricos. Como fuente invalorable de energía renovable, la canalización del agua por turbinas y su devolución posterior al mar puede contribuir a la lucha contra el cambio climático. Pero la incertidumbre de las corrientes fluviales hacen peligrar la confiabilidad de la energía hidroeléctrica mismo cuando los altos precios generados por la energía renovable desvían limitados recursos hídricos de otros usos.

El reto más grave es la pérdida de la previsibilidad del clima. Los administradores de recursos hídricos ya no pueden utilizar el pasado para pronosticar el futuro. Esto es fundamental, porque históricamente la gestión hídrica entraña decisiones a largo plazo sobre infraestructuras mayores construidas generalmente para una duración de cincuenta y hasta cien años. Las ideas del pasado daban por sentado que las condiciones climáticas eran constantes, que las tormentas ocurrirían con frecuencias e intensidades similares y que causarían el mismo tipo de inundaciones. Se pronosticaba que las sequías seguirían tendencias similares. Todo tipo de infraestructura, desde las represas, centrales hidroeléctricas, sistemas de abastecimiento de agua, hasta las pistas de aterrizaje de los aeropuertos y el alcantarillado de las calles, se concebía en función de estas suposiciones.

Los conceptos estaban dirigidos a lograr niveles de riesgo aceptables para sus usuarios. Los agricultores que plantaban cultivos anuales podrían vivir con el fracaso de sus cosechas una vez cada cinco años, pero los huertos perennes necesitaban mayor fiabilidad. Los consumidores domésticos en comunidades acomodadas pueden aceptar restricciones en el uso de agua para sus jardines, pero no en lo que respecta a sus abastecimientos básicos del hogar. Para industrias estratégicas como las del abastecimiento de energía a redes de suministro eléctrico, los fracasos con una frecuencia superior a una vez cada doscientos años son inaceptables.

Los ingenieros y los hidrólogos ayudaron a determinar, por ejemplo, la fortaleza que debía tener un dique para poder resistir toda tormenta que no fuese la de “una vez cada cien años”. Crearon complejos modelos de predicción basados en datos históricos sobre las lluvias y las corrientes fluviales. Pero esas técnicas no darán resultado si en el futuro el tiempo no sigue las pautas del pasado. Los conceptos sobre los climas “no estacionarios” requieren técnicas nuevas, una nueva planificación de las perspectivas, el uso de la pregunta “¿qué pasaría si?” y que se construyan sistemas elásticos que puedan sobrellevar variaciones inesperadas.

En la práctica, el futuro ya está llegando

El IPCC ha vaticinado con mucha confianza que “muchas zonas áridas y semiáridas (por ejemplo, la cuenca del Mediterráneo, el oeste de los Estados Unidos, el sur de África y el nordeste de Brasil)… sufrirán reducciones de los recursos hídricos a causa del cambio climático”.

Maarten de Wit y Jacek Stankiewicz, científicos de la Red de Observatorios Terrestres Africanos en Ciudad del Cabo, explican que, de producirse la reducción que se prevé en las precipitaciones, los ríos perennes dejarán de correr durante parte del año en un 25 por ciento de África.

En algunos lugares, ese futuro ya es presente:

— El Grupo Agua de las Naciones Unidas, un consorcio de 26 organismos internacionales involucrados en cuestiones relacionadas con el agua, concluyó recientemente que “los impactos del cambio climático relacionados con el agua ya se ven en las sequías y las inundaciones más severas y frecuentes”.

— A lo largo de la cordillera de los Andes en América del Sur y el Himalaya en Asia, el comportamiento de los ríos alimentados por los neveros y glaciares ha cambiado. Países aguas abajo como Bangladesh informan de una combinación de inundaciones y sequías que desestabiliza sus economías.

— Mientras tanto, el gobierno del estado de California ha advertido: “El cambio climático ya afecta a California. El nivel del mar ha subido durante el siglo pasado hasta 17,8 centímetros a lo largo del litoral californiano, lo que ha aumentado la erosión y la presión sobre la infraestructura del estado, los abastecimientos de agua y los recursos naturales. El estado ha visto también temperaturas medias más altas, mayor número de días de calor extremo, menos noches frías, la prolongación de la temporada de cultivo, cambios en el ciclo hidrológico con menores precipitaciones de nieve en el invierno y la escorrentía prematura de nieve derretida y lluvia”.

Perspectivas prácticas y respuestas innovadoras

Los recursos hídricos y la utilización del agua difieren enormemente entre los países y hasta dentro de los países mismos. No existe ninguna solución única que pueda ayudar a todos a adaptarse al futuro. Sin embargo, están apareciendo tendencias alentadoras de innovación a nivel local y regional.

Australia, devastada recientemente por sequías, incendios forestales e inundaciones relacionadas con el clima y enfrentando críticas escaseces urbanas de agua, es un ejemplo. La ciudad de Perth está aumentando los abastecimientos utilizando centrales de desalinización activadas por energía eólica y la reforma de los recursos hídricos del gobierno federal procura cambiar los hábitos y lograr que el consumo de agua corresponda con la decreciente disponibilidad de agua en el país.

Industrias desde las del ramo de los comestibles y las bebidas, hasta las energéticas y mineras están encontrando maneras de reducir el uso del agua y su vulnerabilidad frente al cambio climático. Las nuevas centrales de energía térmica en Sudáfrica son de enfriamiento seco y utilizan solo 0,1 litro por kilovatio?hora de electricidad, comparado con 1,9 litros de las centrales de enfriamiento líquido.

El sector de las aseguradoras procura también entender el futuro climático: “Para las empresas que se posicionan hábilmente, los efectos del cambio climático podrían también ofrecer nuevas oportunidades debido a que aumentará la demanda de nuevas coberturas contra los peligros naturales”, señala Thomas Loster, del Departamento de Riesgos Geográficos de la aseguradora Munich Re. Al mismo tiempo, países pobres como Etiopía ponen a prueba planes de seguros contra sequías que garanticen que las comunidades puedan alimentarse durante las grandes sequías.

Estados Unidos demuestra cómo las respuestas tienen que venir desde todos los niveles y grupos de presión.

Un grupo de trabajo del Grupo especial interagencial de adaptación al cambio climático, una oficina del gobierno federal, hace recomendaciones pertinentes a la planificación y puesta en práctica de medidas de adaptación para abordar los efectos que el clima tiene sobre los recursos hídricos. Un segundo grupo de trabajo se enfoca en la “adaptabilidad internacional” y cómo el gobierno de Estados Unidos puede respaldar los esfuerzos internacionales de adaptación.

En California, los reguladores medioambientales han fijado objetivos hídricos concretos en la estrategia de adaptación al clima del estado formulada en 2009: “California tiene que cambiar su administración y utilización del agua, porque el cambio climático probablemente creará mayor competencia por los recursos limitados del agua que necesitan el entorno, la agricultura y las ciudades. Las agencias estatales deben poner en efecto estrategias que logren una reducción del 20 por ciento en el consumo per cápita de agua en todo el estado para el año 2020, así como ampliar el almacenamiento de las aguas de superficie y subterráneas [y] apoyar el uso eficiente del agua en la agricultura”.

La organización American Waterworks Association, que representa a las empresas de abastecimiento de agua en Estados Unidos, apoya también “el desarrollo de modelos climáticos globales e instrumentos afines más refinados para comprender y abordar mejor estos impactos en una escala relevante para las empresas de abastecimiento de agua, así como la creación de huellas hídricas que ayuden a las empresas de abastecimiento de agua a priorizar sus decisiones sobre la adaptación y mitigación relacionadas con el cambio climático”.

Conclusión: no hay que lamentarse

El consenso que surge entre los administradores y expertos hídricos es que, si bien no podemos prever hoy los efectos que el cambio climático tendrá en el siglo próximo, estamos seguros de que muchos se producirán en el ciclo hidrológico. Por tanto, debe administrarse mejor el agua y los sistemas hídricos deben ser más resistentes.

La red internacional Global Water Partnership, constituida por personas y organizaciones dedicadas a mejorar la gestión de los recursos hídricos, lo resume: “La mejor gestión de los recursos hídricos hoy creará un mundo más fuerte mañana. Las inversiones actuales en la seguridad hídrica deben considerarse como parte explícita de una estrategia de adaptación a largo plazo”.

Mike Muller copreside el Grupo de Expertos sobre Indicadores, Seguimiento y Bases de Datos del Programa Mundial de Evaluación de los Recursos Hídricos de la ONU y es miembro del comité de asesoramiento técnico de la organización Global Water Partnership.

(Distribuido por la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos. Sitio en la Web: http://iipdigital.usembassy.gov/iipdigital-es/index.html ) ************************************************************ La Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estados Unidos distribuye USINFO-NOTICIAS. Puede encontrar información adicional en http://www.america.gov/esp/

Etiquetas: adaptación, agua, cambio climático, EEUU