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Domingo de Epifanía del Señor 2013: “Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron”

Domingo 06 de Enero de 2013 Escrito por Mons. Ramón Castro Castro INTRODUCCIÓN Hoy es el día de reyes, como mejor conocemos esta fiesta. Hoy las familias y los amigos se reúnen para partir el pan de rosca con la esperanza de que no toque en su porción uno de los muñecos a fin de no comprometer la cena del 02 de febrero. El temor se vuelve incluso contrario al deseo de los magos de oriente que era justamente encontrar al niño recién nacido que es el verdadero rey de Israel. En su origen, el “muñeco” de la rosca simbolizaba precisamente al niño Jesús, y por tanto, encontrarlo en el propio pan en lugar de ser infortunio significaría la bendición de encontrar al Dios hecho hombre en nuestra vida, mismo que a su vez se vuelve alimento para nosotros.

Belén de Třebechovice, foto: Barbora Kmentová / Archivo de ČRo 7 -

Belén de Třebechovice, foto: Barbora Kmentová / Archivo de ČRo 7 -

Empero, la solemnidad de la Epifanía, es mucho más que la encantadora historia de los reyes magos, que viene a completar la retahíla de festejos en el marco del adviento y la navidad. Aquellos hombres tricolores, montados en diversos y exóticos animales, no reducen a tradición un acontecimiento tan profundo y amplio como es la manifestación del Señor a las naciones.

Con esta celebración recordamos que el nacimiento de Jesús es un don para todos los pueblos, que traspasan las fronteras del pueblo de la alianza.

En estos momentos de la historia, es aún más evidente la urgencia que tiene la humanidad de encontrarse con Cristo, de recuperar la esperanza y la paz que trae consigo la Palabra hecha carne.

En este contexto el profeta Isaías en la primera lectura que escuchamos, anima a Jerusalén con un grito de alegría, porque la llegada Mesías implica el fin de las tinieblas que han caído sobre el pueblo, tinieblas cada vez más densas y amargas que envuelven y cubren el corazón humano. Las divisiones y las distancias se esfuman, la alegría de la salvación se hace presente. En efecto, al que ahora contemplamos siendo un niño, es la Luz, es el Rey, es el Señor.

La Epifanía debe ayudarnos a todos a reconocer que sólo postrados ante el verdadero Rey es como encuentra sosiego nuestro inquieto corazón, nuestro violento mundo, nuestra minada humanidad. En palabras de San Agustín, también nosotros caemos en la cuenta de que el Señor nos hizo para Él y nuestro corazón estará intranquilo hasta descansar en Él.

Las diferencias a causa de la raza, del credo, de la ideología, cesan ante la manifestación de Jesús como el Salvador del mundo. San Pablo da fe de esto cuando escribe lo que acabamos de escuchar: por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo.

Celebremos pues, la fiesta de la unidad, la fiesta de la paz en Dios, la fiesta de la salvación traída por el Señor.

1. VENIDOS DE ORIENTE

San Mateo, ubicando el tiempo durante el reinado de Herodes y el lugar en Belén de Judá como el espacio del nacimiento de Jesús, agrega esta escena de unos magos, sin entrar en detalles de raza o número, simplemente venidos de Oriente , quienes siguiendo una estrella han topado con Jerusalén, que no dista gran cosa de Belén.

En su intento por dar con el paradero del rey recién nacido han tenido que peregrinar desde tierras lejanas. Algo tendrá ese rey para mover desde tan lejos a esos sabios que conocen y saben leer los signos de los tiempos; algo tiene que los ha lanzado a dejarlo todo con tal de encontrarlo para rendirle adoración.

En esos magos, que la tradición ha enumerado en tres por la cantidad de los regalos que presentan, la intención del Evangelista es abrir las puertas judías para reconocer a Jesucristo como un don universal. Del mundo distante y pagano, de lo conocido hasta entonces, vienen estos magos para encontrarse con Jesús.

En ellos, alguien atinadamente ha podido descubrir, la humanidad completa que se vuelve peregrina por el mundo; ellos son la figura narrativa para apuntar al homo viator, al hombre que es viajero en esta vida que dirige sus pasos a la patria celestial.

Un caminante sin rumbo, termina siendo un hombre extraviado en la infinidad de caminos que se abren como posibilidad; un piloto sin plan de vuelo se vuelve un absurdo. Nadie emprende un viaje para llegar a ninguna parte. Cuando el Evangelio siembra esta escena de los magos que buscan a Jesús, nos redescubre el auténtico sentido de la vida humana que busca a Dios a fin de encontrar plenitud y dirección a su existencia.

El hombre, incluso sin darse cuenta, quiere encontrar el rostro de Dios. El mercado religioso no ha desaprovechado este profundo deseo humano y ha puesto en venta engañosas ofertas, que generalmente terminan por convertir al mismo hombre o cualquier otra cosa, en el dios que buscan y quieren adorar. Las religiones sin dios abusan de esta sed inscrita en la condición humana para hacer su agosto, y para colmar sus ambiciones y mezquinos intereses.

Los magos de este pasaje se encontraron con el signo del poder humano, con el rey Herodes que los recibió en la corte y los agasajó con sus tratamientos, pero no era Herodes quien satisface el corazón del hombre, no son sus riquezas ni los lujos de su palacio. Por eso, siguen su marcha y se alegran al descubrir de nuevo la estrella en el firmamento.

El hombre peregrino a lo largo de la historia y de la propia vida, no pocas veces ha entrado en el palacio de Herodes dejándose deslumbrar por los tesoros y el brillo de sus riquezas, no pocas veces ha perdido de vista la estrella del verdadero Rey permitiendo espesa niebla la oculten, incluso a veces ha tardado su peregrinación y su búsqueda. Pero al final llega el amargo sabor del sinsentido que deja hueco el interior, de la tristeza que no encuentra antídoto y es entonces cuando el hombre se da cuenta de que debe proseguir su marcha.

El ejemplo de los magos de oriente vienen a ser un motivo para seguir caminando, para mirar de nuevo al firmamento para encontrar la estrella del Mesías, para dejar el palacio de Herodes y recordar que el verdadero objetivo de nuestra peregrinación es encontrar el rostro de Dios. No olvidemos que también nosotros somos caminantes y no distraigamos nuestro trayecto porque corremos el riesgo de extraviarnos. Recordemos el final feliz de esta perícopa, llenos de alegría los magos entraron en la casa y vieron al fin al niño con María su madre, y postrándose lo adoraron. Este final de salvación se ha abierto para todos nosotros.

2. LOS HERODES

Herodes junto con toda Jerusalén, se sobresaltó ante la noticia del nacimiento del rey de los judíos. El poder terreno y el religioso representado en Herodes y Jerusalén sienten la grieta que terminará por derrumbar todo aquello que signifique opresión, injusticia y esclavitud, sometimiento, humillación y falsedad.

Simplemente es el camino de la lógica: la mentira teme a la verdad, la oscuridad a la luz, la servidumbre a la libertad. Un niño pone a temblar a los ancianos, su pobreza hace temblar la opulencia del mundo, su vida estremece a la muerte que dominaba.

Herodes teme perder todo lo que ahora tiene: su poder, sus riquezas, su reino. Imagina que el infante adversario pretende arrebatarle un poder que es pasajero, unas riquezas que son efímeras, un reino que puede ser conquistado. Al mal siempre le asustará el bien.

Quizá por eso a lo largo de los siglos el poder siempre ha querido acallar a la Verdad, siempre ha intentado deshacerse de las voces incómodas que le denuncian sus atropellos y abusos. Herodes sigue reinando también en nuestros días, porque Herodes es todo aquel que tiene el corazón puesto en las cosas de este mundo; Herodes es aquel que no admite la idea de un Reino totalmente diferente –de justicia, de paz, de igualdad, de fraternidad, de amor-; Herodes es aquel que quiere encontrar la verdad pero no para escucharla, sino para amordazarla; Herodes es aquel que rechaza a Jesús porque no soporta las exigencias de su mensaje y su Evangelio; Herodes es aquel que sigue promoviendo una cultura de muerte, que sigue explotando al hermano, que pisa sobre los demás, que persigue sus propios beneficios, que implanta como única ley sus propios criterios.

Sale sobrando enunciar algunos Herodes de hoy porque abundan los ejemplos que pueden ilustrar con demasiada claridad la real existencia los Herodes de nuestros tiempos, baste recordar el insistente esfuerzo por disponer de la vida humana al arbitrio e inconsciencia de cada quien, las anquilosadas estructuras de pecado social que afectan siempre a los más pobres y marginados, las alianzas perversas entre intereses económicos y los medios de influencia social, las ideologías neoliberales y anticlericales que tendenciosas descargan toda su saña contra un objetivo muy específico.

Pero el drama de los Herodes actuales no sucede solamente en el exterior de nuestras personas, donde las limitadas fuerzas encuentran obstáculo para la transformación, nosotros mismos podemos volvernos Herodes cuando endurecemos y cerramos el corazón a lo que Jesús nos propone en lo concreto de nuestra vida, cuando disimuladamente o en lo escondido comulgamos con ciertas actitudes y criterios que contradicen nuestra vida cristiana, cuando la fe que profesamos deja de ser activa y no incide en lo ordinario de nuestras actividades, cuando nos volvemos cómplices con nuestro silencio de las injusticias pequeñas que pasan junto a nosotros, cuando dejamos de buscar a Dios para confrontarnos y convertir el corazón. Si lo que nos pide el Evangelio nos exaspera y nos parece una exageración, si reducimos los valores del Reino a sugerencias piadosas o a doctrina de sermón, si jugamos a ser uno en la iglesia y ser otro fuera, si escuchamos el Evangelio sin estremecernos y justificamos nuestras faltas, no estamos lejos de convertirnos en Herodes.

El mal en el mundo, al final del día y sin quererlo, termina haciendo más evidente la necesidad que tenemos de Dios, de la misma manera que Herodes terminó por enviar a los magos hacia Belén para que encontraran al niño. Dejemos el palacio de Herodes y unámonos a los sabios que buscan con el corazón el rostro de Dios.

3. UN SORPRESIVO REGALO

Isaías había vaticinado ya que vendrían de lejos trayendo ofrendas y regalos, que multitudes peregrinarían para presentar al Señor oro e incienso, y es lo propio porque son obsequios adecuados para un Rey y para Dios.

Por eso sorprende tanto que entre los regalos que ofrecieron los magos en el evangelio al niño, aparezca uno tan de mal gusto y tan fuera del lugar. Era conveniente que los magos ofrecieran oro porque desde el principio sabían que a quien buscaban era el rey de los judíos, y no hay obsequio tan propio para un monarca como un cofre con oro. Las naciones a quienes se ha manifestado Jesucristo, lo reconocen como un auténtico Rey.

Era conveniente también que ofrecieran incienso, dádiva sugestiva y adecuada para honrar a la divinidad, misma que los sabios venidos de oriente logran reconocer en aquel niño recién nacido, aún revestido de fragilidad y pobreza. En efecto, el Dios-con-nosotros los es de tal modo inesperado y literal. Las naciones a quienes se ha manifestado Jesucristo, lo reconocen como verdadero Dios.

Sin embargo, sorpresivo y desagradable puede resultar el tercer regalo si atendemos a su uso. El último cofre se abre y aparece la mirra, el ungüento que se empleaba justamente para embalsamar cadáveres. Desde el principio, junto al pesebre de la Vida está ya el signo de la muerte. Cierto, el Verbo Encarnado asume la condición humana, y sin dejar de ser Dios como el Padre y el Espíritu Santo, es verdaderamente hombre como nosotros, y por eso el tercer obsequio significa todo lo que es propio a nuestra humanidad, el dolor, las lágrimas, la enfermedad, la tristeza y la muerte. La realidad y verdad de la condición humana de Jesús es el signo más maravilloso de la solidaridad y amor de Dios hacia el hombre.

La ofrenda de la mirra dibuja de alguna manera las palabras del anciano Simeón sobre aquel niño que será puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo de contradicción para todos. En efecto, con su vida y con su muerte, Jesús se establece como locura y necedad, como tropiezo y victoria. Desde el pesebre el Evangelista ha querido marcar a Jesús como un don total de sí mismo para toda la humanidad, por cuya muerte y resurrección nos ha alcanzado a todos los frutos de la salvación.

La mirra como obsequio para el recién nacido anticipa prematuramente el camino por el que nos llegará la redención, y un día no muy lejano, la otrora tersa y delicada piel de un bebé precisará de este desagraciado regalo para embalsamar el cuerpo lacerado y sin vida de aquel crucificado en el Gólgota.

La vida del hombre no puede rehuir la debilidad, la enfermedad y el dolor, no podemos esquivar ni resistirnos al sufrimiento, pero siempre contaremos con el ungüento de la gracia de Dios para ungir nuestras heridas, para mitigar nuestros dolores. En Jesucristo, Dios ha querido participar de nuestro sufrimiento, para que también por medio de Él, nosotros podamos participar de su salvación eterna.

El tercer cofre abierto nos recuerda que Dios sí sabe de lo que nos aflige y duele, Él ha probado ya lo salado de nuestras lágrimas y lo acerbo de nuestras enfermedades. Cuando a ti y a mí nos llegue el momento de pasar dificultad y dolor, recordemos que no estamos solos, Dios se hizo solidario con el hombre al aceptar desde el principio la mirra como regalo para ser Él nuestra mirra que nos preserva de la muerte eterna.

A MODO DE CONCLUSIÓN

En los frecuentes kairos de Dios vuelve a brillar para nosotros la luz del Salvador que ha nacido, se manifiesta y revela la belleza de la buena noticia del amor de Dios y se acerca a todo hombre para mostrarle el camino que salva.

En el designio amoroso de Dios, los límites de la salvación se ensanchan hasta abarcar a todo hombre de buena voluntad que busca con sinceridad al Señor.

Ruego a Dios nos permita a todos en este Año de la fe, dejarnos iluminar por la Luz de Jesucristo y que haga aparecer de nuevo su estrella en el firmamento de nuestra vida, para poder seguirle hasta vivir el encuentro transformador con Cristo Salvador.

El final del Evangelio de hoy se vuelve revelador, al contemplar a los magos de oriente regresar a sus hogares por otro camino, diverso al que hasta entonces habían recorrido. En efecto, una vez que nos topamos con el Señor en el camino de la vida, no podemos seguir caminando por el mismo sendero de nuestros apetitos, de nuestros caprichos y de nuestra existencia al margen de Dios y de los criterios del Evangelio.

Estamos estrenando también un año nuevo, por la gracia y la providencia de Dios, es el tiempo de los propósitos y muchos de los cuales sólo pretenden hacer vernos mejores, cuando en realidad hemos de perseguir estar y ser mejores. Ojalá que los propósitos respecto a nuestra vida cristiana, se tornen en firmes decisiones que nos lleven a conocer más a Dios, amarlo profundamente y seguirlo en lo ordinario de nuestros quehaceres.

Y si nos sale el niño en la rosca, que sea el buen augurio de encontrarnos con Cristo en nuestra vida, y si no nos sale, ojalá también nos empeñemos en buscarlo y en contemplar su rostro. Ánimo, que Dios se ha manifestado como Salvador para todos, porque todos somos hermanos.

+ Ramón Castro Castro
Obispo de Campeche

Etiquetas: Día de Reyes, Domingo de Epifania, Mons. Ramón Castro Castro


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