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Discurso de la subsecretaria Otero en el Foro de la Diáspora Mundial

Declaraciones en el Foro de la Diáspora Mundial María Otero, subsecretaria para Democracia y Asuntos Mundiales Salón Loy Henderson Washington DC 17 de mayo de 2011 Gracias, Kris. Les doy la bienvenida a todos. Es un placer estar aquí con ustedes esta mañana.

Cuando miro alrededor de este salón, veo muchas historias con narrativa parecida. Es el relato de salidas y llegadas. Relatos de asimilación y distinción, sobre el amor a una nueva patria y al mismo tiempo extrañar a la antigua.

Me gustaría comenzar hoy compartiendo unos esbozos de mi historia personal, como miembro de una diáspora, que sin duda me ha permitido llegar al cargo actual que desempeño con enorme honor y privilegio. Soy la funcionaria de origen hispano de más alto rango en la historia del Departamento de Estado.

El primer capítulo de mi historia arranca en La Paz (Bolivia), ciudad en la que nací y donde me criaron mis padres, junto con otros ocho hermanos. Éramos en total nueve hijos y yo era la tercera. La tercera de nueve hijos. Un magnífico puesto en una familia numerosa: mucha autoridad y responsabilidad, pero poca rendición de cuentas.

En Bolivia asistimos a una escuela católica, donde las monjas eran muy estrictas con los estudios. En esos tiempos, la enseñanza del inglés no era prioridad y las monjas nos enseñaban unas pocas palabras que sacaban de un texto escolar británico. De modo que, cuando nos mudamos a Washington, yo tenía 12 años y las dos únicas palabras que sabía decir en inglés eran lápiz (pencil) y goma de borrar (rubber). Se pueden imaginar lo útil que me fueron estas palabras para entablar amistades en el patio de recreo.

Durante los primeros cinco años en Washington, el salón de nuestra casa bien podría haber estado en La Paz. Dada la cantidad de bolivianos que pasaban por allí, las conversaciones estaban dominadas por debates acerca de la política boliviana, que incluso llegaron a eclipsar el histórico discurso del doctor Martin Luther King en la escalinata del Monumento a Lincoln, a escasa distancia de donde estamos hoy. Nuestros corazones y nuestras mentes y también nuestros estómagos permanecieron en nuestro país de origen durante mucho tiempo.

Adelantémonos unos diez años. Para ese entonces, no sólo dominaba el inglés, sino que completé una Maestría en Literatura Inglesa.

En los años transcurridos desde el patio de recreo hasta mi tesis sobre John Keats, mis hermanos y yo vivimos a caballo entre las costumbres bolivianas y las de una típica familia estadounidense de las afueras de la ciudad. Al final, cada uno terminó en profesiones que encontrarían el equilibrio entre los dos mundos.

Mi propia carrera profesional ha sido en el campo del desarrollo económico internacional. En ACCION Internacional, donde trabajé durante más de dos décadas la última como directora general abrimos bancos para los pobres. Comencé trabajando con ACCION en Honduras, satisfaciendo así las ganas de retornar a mis raíces latinas y compartirlas con mis hijos, que habían nacido en Estados Unidos. Fue en ese tiempo que un fenómeno denominado microfinanciamiento revolucionó los tradicionales enfoques sobre la banca y el desarrollo.

Muchas de las personas que ACCION quería ayudar vivían en ciudades con crecimiento descontrolado, no tenían educación, tenían pocas destrezas, pocos contactos y casi ningún sistema de apoyo. O vivían labrando la tierra en zonas rurales y con poco acceso a los servicios. Sin empleo, crearon sus propias microempresas, desde el quiosco de la esquina en una aldea, pasando por el herrero que confecciona ollas y cacharros con metal viejo, y la venta de comidas en la calle.

No pasó mucho tiempo antes que ACCION y otros pioneros en ese campo llegasen a considerar a los pobres desde otra perspectiva. Ya no eran desamparados, sino que les considerábamos emprendedores, inteligentes, creativos y decididos. Cuando abandoné mi cargo en ACCION, la red estaba otorgando préstamos a casi cinco millones de personas.

Me considero afortunada de haber podido trabajar directamente en cuestiones que conciernen a mi región de origen durante gran parte de mi carrera profesional. Sé que mi relato es común. Muchos de los que se encuentran aquí hoy comparten esta historia.

Hay pocas narrativas tan arraigadas en la historia nacional de Estados Unidos como la inmigración. Casi una cuarta parte de la población estadounidense es inmigrante de primera o segunda generación, y más de la mitad tienen legado inmigrante. Estas cifras las conocen ustedes bien.

Desde los primeros que llegaron aquí, los inmigrantes de Estados Unidos han creados hogares en una tierra extranjera, pero acogedora, a menudo como muchos de ustedes encontrando a compatriotas de su diáspora particular no muy lejos de su ciudad o pueblo adoptivo. Incluso al asentarnos en Estados Unidos, seguimos estando conectados a nuestros países de origen, a los lugares que han conformado nuestra misma existencia en esta tierra nueva.

En el curso de la historia de Estados Unidos, nuestros diplomáticos y líderes han contado con la sabiduría y la energía de nuestras comunidades de diáspora que contribuyen a informar nuestras relaciones con sus países de origen. Han tomado este compromiso a un nuevo nivel-obviamente mediante el acontecimiento de hoy, el Primer Foro Mundial de la Diáspora y más extensamente mediante nuestro compromiso de participar con la sociedad civil como parte de nuestra diplomacia.

Por supuesto, lo que el Departamento de Estado llama diplomacia es lo que ustedes pueden tomar como una llamada telefónica a su país de origen. Para los que venimos de un país diferente, las “relaciones exteriores” son relaciones familiares. Es el viaje al país de origen un par de veces al año en ocasiones especiales. Enviar dinero a través de Western Union o un nuevo servicio de cartera móvil para un primo que necesita un préstamo o mejor educación. Es mirar los titulares noticiosos en Estados Unidos para ver si se menciona a su país y llamar a funcionarios locales-tanto en Estados Unidos come en su país de origen-porque ustedes saben que son el nexo entre los dos-y que su voz importa en ambos lugares.

Y cuando sus voces se unen, el impacto se siente en el escenario internacional. Luego de un desastre, las comunidades de la diáspora son las primeras en responder y las últimas en salir, demuestran liderazgo y mantienen el impulso al responder al conflicto y la crisis.

Aun más allá de mi experiencia personal, he visto las contribuciones que las comunidades de la diáspora hacen en toda la gama de nuestra política exterior. La diplomacia bajo este presidente y esta secretaria de Estado ya no se limita a una conversación entre gobiernos. En vez de eso, estamos comprometidos con una diplomacia informada por conversaciones con distintas personas-impulsada por el objetivo compartido de lograr lo mejor para los pueblos.

El Departamento de Estado se reúne con grupos de la sociedad civil de la diáspora y con los Organismos No Gubernamentales de Estados Unidos para aprender sobre cuestiones de derechos humanos y humanitarias en los países de origen de la diáspora, conversaciones que contribuyen a nuestras respuestas relacionadas con derechos humanos y ayuda humanitaria.

Nuestras respuesta humanitaria se extiende para abrir nuestras puertas a los refugiados. Todos los años, Estados Unidos proporciona oportunidades de reasentamiento a miles de los refugiados más vulnerable del mundo, en un programa aprobado por el presidente Obama-y por todos los presidentes desde 1980. Este programa, por el que se reasentó a casi 73.000 refugiados en Estados Unidos en 2009, refleja nuestra propia tradición como nación de inmigrantes y refugiados. Es una expresión importante, duradera y progresiva de nuestro compromiso con los principios humanitarios internacionales.

Visité recientemente a refugiados de muchos países – como Birmania, Somalia e Iraq – en Denver y Phoenix con el secretario de Estado adjunto para Poblaciones, Refugiados y Migración, Eric Schwartz. Nos reunimos con ellos en sus hogares, escuchamos sus historias y sus esfuerzos para adaptarse – todos conocemos la dificultad y la desorientación de los primeros meses en un nuevo país. En respuesta a nuestro diálogo constante con las comunidades de refugiados, funcionarios locales que proporcionan apoyo, y organizaciones de la sociedad civil, el año pasado duplicamos el subsidio per cápita para la Recepción y Ubicación de cada refugiado que ayuda a los refugiados durante los primeros meses aquí en Estados Unidos.

A medida que los refugiados se asientan en este país, tienden a abrir contactos sociales y económicos con otros emigrantes en las nuevas comunidades, así como con la familia y los amigos en sus países de origen. Quienes están mejor preparados para ayudar a los recién llegados a desenvolverse son los mimos que fueron inmigrantes, que comprenden realmente lo que se necesita para echar nuevas raíces. En décadas recientes, esos grupos de la diáspora han aumentado en tamaño, organización e influencia; y proporcionan una red orgánica de apoyo a los refugiados que se asientan en Estados Unidos – reforzando así el tejido diverso de nuestra sociedad.

Para concluir, permítanme decir, hablando de una inmigrante a otros, que les agradezco por estar aquí y por ayudar a informar para bien de los esfuerzos de diplomacia y desarrollo de Estados Unidos en sus países. Los asuntos en los que yo trabajo – desde derechos humanos a trata de personas y ayuda humanitaria, sé que son asuntos muy conocidos para muchos de ustedes. Trabajando juntos, podemos enviar un mensaje más fuerte para lograr nuestras metas compartidas. En muchos sentidos, ustedes son los diplomáticos más efectivos que jamás habríamos podido tener. De manera que muchas gracias y les deseo lo mejor para el resto de este importante foro.

Etiquetas: Diáspora Mundial, discurso, EEUU, foro, Otero