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Territorio de Coahuila y Texas

Ciudad Acuña, Coahuila, México | 22 de Diciembre del 2024

Ceremonia de Aniversario del Centenario de la Firma del Plan de Guadalupe

Discurso Pronunciado por el Gobernador Rubén Moreira Valdez

Ramos Arizpe, Coah. Señor Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, bienvenido a Coahuila. Y permítanme decirles a todos que apreciamos mucho el gesto, fue difícil, hoy, la llegada; porque si bien ayer tuvimos un día esplendoroso en Saltillo, con un sol que todos disfrutamos, hoy la neblina impidió que bajara allá el avión del señor Presidente.

Lo fuimos a recibir a Monclova, a Monclova, Coahuila.

Apreciamos mucho su gesto de estar acá, en Ramos Arizpe. Gracias, señor Presidente.

Señores integrantes del Gabinete del Gobierno federal; señores secretarios de Defensa y de Marina.

Señores ex gobernadores de nuestro estado, Eliseo Mendoza Berrueto, y Enrique Martínez y Martínez.

Señores magistrados, legisladores, alcaldes, familiares de los revolucionarios, que están esta tarde con nosotros, señoras y señores.

Estoy plenamente convencido que para todos los coahuilenses, la presencia, este día y en este lugar del señor Presidente de la República tiene el valor de una auténtica reivindicación, de una revaloración justísima del momento y el sitio en que un puñado de coahuilenses, a los que pronto se unieron millones de mexicanos que se rebelaron contra la felonía y la traición.

Grandes y valiosos caudillos de la Revolución Maderista estamparon su firma en el Plan de Guadalupe, así llamaron al vértice de voluntades que decidió, por encima de banderillas particulares hacer imperar al Sufragio Efectivo.

El Batallón Primero de este ejército de combatientes los constituyeron los lugareños, hombres del desierto coahuilense, muchos de ellos ya templados en las batallas del maderismo originario.

Por eso, año tras año los descendientes de aquellos valientes se reúnen aquí para honrar, para mantener vivo no solo el recuerdo, sino la convicción, el compromiso interior, la promesa de aquellos viejos –tal vez más jóvenes que nosotros, entonces-, de que su ejemplo sería mandato.

Mire señor Presidente, (…) pronunciar a los apellidos de los que inicialmente engrosaron el Ejército Constitucionalista, de ahí, de entre estos hombres y estas mujeres que nos acompañan, muchas voces responderían: “presente señor Presidente”.

Son los descendientes de nuestros héroes, de nuestros héroes de entonces, de ayer y de siempre; son los que llamaría Vallejo, “nuestros abuelos instantáneos”.

Se ha dicho que los individuos, como los pueblos, tienen el derecho de decidir de qué hombres, de qué principios, de qué valores nos sentimos hijos; los coahuilenses lo tenemos muy claro: de nuestro linaje de historia.

Generaciones tras generaciones lo nuestro ha sido la entrega a las causas de México, la lealtad a la patria, la lealtad a nuestro héroes, la lealtad a México, acá, tan lejos del centro.

Cuando la nación mexicana apenas vislumbraba en el horizonte, un Cura de pueblo, letrado, valeroso, obcecado, llevó hasta lejanas tierras sus ideas de igualdad y respeto; ningún pueblo libre acepta federarse sino es bajo las bases de una relación equitativa e igualitaria.

El federalismo es garantía de equidad y democracia. Por ello fue la lucha de uno de nuestros antecesores.

Antes aun de dar inicio a la vida independiente, inicio el abolengo que ostentamos: Miguel Ramos Arizpe, uno de los nuestros.

En el impresionante palacio de Las Tullerías, un mexicano humildísimamente vestido, erguido por su innata dignidad, pero también para no mostrar los fondillos raídos de su levita, enfrenta al emperador Napoleón Tercero, y le dice “no luchéis contra mi patria, porque mi patria es invencible”. Lejos estaba de ser una simple frase retórica.

En su soberbia, el Imperio, no entendió el significado de esta premonición, sino hasta seis años después en el Cerro de las Campanas.

Dos veces diputado, embajador plenipotenciario, cuatro ocasiones ministro, gobernador de este estado, murió en la más absoluta de las pobrezas; sí, el hombre íntegro hasta la médula que le anticipó al Imperio su destino, fue don Juan Antonio de la Fuente, uno de los nuestros.

En su lecho de muerte, en su delirio, aun daba órdenes para abatir a los invasores “adelante Berriozábal”, “Negrete por la izquierda”, “los lanceros de Toluca y Oaxaca, carguen de frente”. “zacapoaxtlas, a la batalla cuerpo a cuerpo”.

Algunos historiadores, los mismos que insisten en que “El Pípila” es una leyenda y nuestros Niños Héroes, una fantasía, ridiculizan el valor militar de esta batalla.

Los que amamos a la patria, los que queremos nuestro historia, sabemos que ese 5 de Mayo incendió el espíritu mexicano de tal manera, que era ya imposible para los extranjeros del país o de alma, derrotar a la República.

Nunca entendieron que de ganar mandarían sobre cadáveres, nunca sobre siervos.

El general que hizo realidad el vaticinio de De La Fuente, el coahuilense que el 5 de Mayo nos enseñó que si poco puede el espíritu contra la espada, la espada blandida por el espíritu es invencible.

Ese hombre se llamó, se llama Ignacio Zaragoza, uno de los nuestros.

Un soñador alucinado, esas eran las descalificaciones que los conservadores y la prensa a su servicio, en sus pocos meses de Gobierno acuñaron contra él. Ese pequeño gran hombre revivió la dignidad y el orgullo ciudadano, incendió los corazones e incendió campos y ciudades.

Apóstol y mártir me resultan palabras que no lo contienen, fue siempre un guerrero. Sereno y firme hasta el final, afrontó la muerte sin que jamás nada hubiera mancillado su vida, Francisco I. Madero, uno de los nuestros.

Seguramente la fría noche del 18 de febrero de aquél 1913, el año crucial de México, cuando recibió el telegrama que le anunciaba la toma del poder por Victoriano Huerta, no hubo resquicio para la duda.

Lo imagino dando vueltas por los pasillos de la casa solariega que habitaba, o en torno de la imprescindible chimenea de esos inviernos del desierto; empañadas las pequeñas gafas que apenas le permitían ver de cerca, pero que le resultaban innecesarias cuando su mente rebasa el horizonte.

La decisión no le fue difícil, estaba genéticamente predispuesto para la lucha por sus ideas.

Por eso, escasos 36 días le fueron suficientes para convocar a los mejores hombres de México y comprometerlos en la rebelión contra la ignominia. De hecho, hace hoy, apenas un siglo, la semilla de entonces que se sembró ahora está dando frutos.

La Constitución que nos rige, lo sabemos, se firmó en Querétaro. Yo me atrevo a sostener, con todo respeto señor Presidente, que se concibió aquí, en este sitio, en este desierto que en sus días de calor purifica el alma, y en sus noches de frío templa el carácter de los coahuilenses, que se fijó aquí el 26 de marzo de 1913.

No fue sencillo que los caudillos signaran el Plan de Guadalupe; renunciaron a plasmar en él las urgentes demandas de los pueblos que representaban, y por las que en 1910 se habían levantado en armas.

Eran asignaturas pendientes que cargaban con rabia y con remordimiento, pero ni el más huraño y escéptico de estos correosos militares se atrevió a dudar de la palabra del Gobernador Carranza: “solo la unión de nuestras fuerzas es capaz de vencer a quien asesinó a mansalva al más limpio y noble de los hombres”, dijo Carranza, y le creyeron, confiaron en su palabra, avalada por una historia personal de reciedumbre, de señorío, de hombría de bien.

En un rústica mesa, que aun conservamos como altar, los coahuilenses, están las firmas de los caudillos que re causaron el rumbo de los destinos nacionales.

Y honró su palabra. Dos días antes de que se cumplieran seis meses de firmado el Plan de Guadalupe, con sensibilidad política escogió la capital de Sonora para pronunciar una arenga que respondía con creces a las aspiraciones ideológicas y políticas que se le demandaban.

Dijo: “no es la lucha armada y el triunfo sobre el ejército contrario, lo principal de esta contienda nacional, hay algo más hondo en ella y es el desequilibrio de cuatro siglos, tres de opresión y uno de luchas intestinas que nos han venido precipitando al abismo”.

Dijo: “el pueblo se encontró durante 30 años sin escuelas, sin higiene, sin alimentación y, lo que es peor, sin libertad, ya es tiempo de no hacer falsas promesas al pueblo”.

Y adelantó, el Varón: “el pueblo ha vivido ficticiamente, famélico y desgraciado, con un puñado de leyes que nada le favorece, tendremos que removerlo todo, crear una nueva Constitución cuya acción benéfica sobre las masas, nada ni nadie puede evitar”:

Ese es el discurso que se hizo realidad en el ’17, cuando la Revolución se convirtió en Ley, los anhelos en reivindicación y las vidas cegadas en el edificio de una nueva patria.

Su profundo nacionalismo y amor patrio siguieron por años iluminando el sendero de la Nación, pero la perfidia y la traición siempre asechan a los grandes.

El 21 de mayo de 1920, a decir de Raymundo Ramos, en Tlaxcalantongo, el Primer Jefe cayó como quien se levanta. Ese era Venustiano Carranza, uno de los nuestros.

Para honrar a sus forjadores los pueblos escogen diversas maneras, estatuas, bronces, himnos, monumentos, avenidas, usted, señor Presidente, ha escogido el camino de los hechos, el de las acciones contundentes que funden el homenaje con la ratificación de los principios y la vigencia de las aspiraciones inconclusas.

En repetidas ocasiones usted ha dejado claro que su proyecto de Reforma Energética parte de una premisa inalterable, inscrita en nuestra Constitución: “corresponde a la Nación el dominio directo del petróleo”. Éste, su dicho, es una voz que le viene de lejos.

Adolfo López Mateos, en el 25 aniversario de la gesta expropiatoria, frente a todos los ex presidentes mexicanos pronunció una consigna histórica: “en el petróleo nacionalizado, ni un paso atrás”.

Nos llena de orgullo oírlo a usted reivindicar esos principios, pero también nos entusiasma su decisión renovadora para transformar a la luz de la ciencia y tecnología del Siglo XXI, una inmensa riqueza aprisionada bajo nuestras tierras y nuestras aguas.

Gracias a estas fuentes energéticas y al esfuerzo, sabiduría y sacrificio de miles de trabajadores nos hemos desarrollado en todos los órdenes, y hemos librado las peores crisis.

Pero ha llegado el momento de enfrentar la realidad y preguntarnos ¿vale la pena acumular tanta riqueza en el subsuelo y tanta miseria en la superficie?

Quienes tenemos el mandato popular de llevar bienestar individual y colectivo a nuestros pueblos, vemos con gusto y satisfacción de usar los hidrocarburos para generar riqueza que sirva para desterrar el hambre y construir una economía fuerte y competitiva.

Abrir los horizontes para una información basta, plural, oportuna e independiente, contribuye a la ampliación del conocimiento, a la integración entre nosotros, y a la comprensión del mundo que vivimos.

Comunicar significa poner en común. Eso entendemos, es el objetivo de la nueva Ley Federa de Telecomunicaciones.

Para el Estado no se trata de una opción, sino el cumplimiento de los postulados de la Carta Magna.

Educar es trabajar con materiales de porvenir. Nuestro futuro no puede estar en manera alguna enajenado a los principios u objetivos de un sector, ni de partidos, gremios, confesiones o denominaciones de ninguna especie.

Corresponde al Estado exclusivamente la rectoría de la educación básica, que habrá de ser obligatoria, gratuita, laica, científica, democrática, desprovista de perjuicios y fanatismos.

Felicitamos, señor Presidente, su iniciativa. México con usted va a ser más fuerte y más grande.

Los coahuilenses entendemos que en estos 116 días de Gobierno, usted ha trabajado bajo esa consigna; los coahuilenses de nuestra historia, los que con ufanía, tal vez excesiva, aquí he mencionado, han sido honrados por usted a plenitud por su conducta.

El Plan de Guadalupe representa por encima de todo, el amor a la patria, que supera rencillas, desencuentros, legítimas ambiciones, y que sin declinar, justas pero particulares banderillas, privilegia los intereses superiores de la Nación.

Todo plan, o todo pacto que se haga por México, es una noble apuesta hacia el porvenir. Pueblo y Gobierno de Coahuila suscriben su propuesta, señor Presidente.

Nuestro pueblo tiene la agudeza, ingenio y sabiduría para renombrar a su gente, a Venustiano Carranza desde siempre se le comenzó a llamar El Varón de Cuatro Ciénegas.

Hace unos días, caminando por esta hacienda, un viejo amigo me dijo “oye Rubén ¿tú sabes de donde proviene la palabra varón?”, le contesté, “a ver, dime”, “pues viene del latín vig”. Así le llaman los romanos a la viga central que requerían los andamiajes en la edificación de una casa.

Ahí lo entendí, o ¿no es a caso el Varón de Cuatro Ciénegas la recia viga sobre la que sea sostenido desde hace muchos años la causa común de todos los mexicanos?

El Varón, Carranza, es uno de los nuestros. Viva Coahuila.

Etiquetas: aniversario, Enrique Peña Nieto, Plan de Guadalupe, Ramos Arizpe, Rubén Moreira Valdéz


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